El capitalismo de las superestrellas: cuando los individuos valen más que las empresas

La concentración de valor en el mercado bursátil estadounidense es asombrosa. También lo es la concentración de poder individual. Cuatro de las diez compañías más valiosas —Alphabet, Berkshire Hathaway, Meta y Oracle— están controladas por los hombres que las fundaron. Tesla, una quinta, inunda de acciones a su jefe, Elon Musk. Nvidia, la más valiosa de todas, carece de un accionista supremo. Pero Jensen Huang, su fundador, lleva más de 30 años al mando. “Estás conquistando el mundo”, le dijo recientemente el presidente Donald Trump a Huang.
Esto no ocurre solo con los nombres más reconocidos del mundo corporativo. Desde programadores y gestores de fondos poco conocidos hasta escritores y cantantes consagrados, la influencia y los ingresos de las superestrellas están por las nubes. Los políticos han puesto la lupa sobre el 1% más rico. Pero el cambio más revelador del mercado laboral ocurre todavía más arriba, en la estratósfera. Del mismo modo, los analistas bursátiles dedican poco tiempo a pensar en individuos. Deberían hacerlo más. La tecnología y la cultura conspiran para convertir al individuo, más que a la firma, en la fuerza animadora de la vida comercial.
El factor humano: cuando mostrar imperfecciones se vuelve un valor de marca
La guerra por el talento
La tendencia es más marcada en Silicon Valley, donde los magnates están apostando todo a la inteligencia artificial (IA). Los mandos medios, que se multiplicaron en la década de 2010, están en retirada. Los investigadores estrella en IA están de moda. La idea de que los cien mejores valen exponencialmente más que los que les siguen es ampliamente compartida. Mark Zuckerberg, jefe de Meta, habría ofrecido paquetes de ocho y hasta nueve cifras a programadores estrella en su intento por alcanzar a OpenAI. Sam Altman, director de la creadora de ChatGPT, sostuvo que se espera que un “puñado mediano” de personas logre los avances más importantes en la industria. Musk calificó esta frenética puja como la “guerra de talento más loca” que jamás haya visto.
La guerra por el talento también se libra en otros sectores. Los fondos de cobertura nunca persiguieron con tanta desesperación a gestores estrella. Los “consiglieri” corporativos funcionan cada vez más como agentes libres. La porción de comisiones que va a bancos de inversión boutique, donde los banqueros se quedan con una mayor tajada de las ganancias que generan, se duplicó desde la crisis financiera de 2007-09. Uno de ellos, Evercore, aceptó pagar US$196 millones por Robey Warshaw, una pequeña firma británica.
En el derecho ocurre algo similar: los mejores se distancian del resto. Los socios de los diez principales estudios de abogados estadounidenses son un 40% más rentables que los de los siguientes diez. Esto aceleró la desaparición del modelo “socialista” de compensación, basado en la antigüedad. Los fichajes millonarios entre bufetes de élite solían ser raros (y lamentados), pero hoy son habituales.
En el entretenimiento, cualquiera puede ser “creador de contenido”. Pero las superestrellas del espectáculo son más grandes que nunca. Las películas y canciones más taquilleras acaparan una porción cada vez mayor de la atención del público. Desde 2017, la cantidad de artistas que ganan más de US$10 millones en Spotify creció tres veces más que la de los que superan los US$100.000. Las celebridades lanzan marcas propias a un ritmo récord. Algunas, como Kim Kardashian y Hailey Bieber, fueron enormemente exitosas. Mientras tanto, escritores dejaron atrás la labor colectiva del periódico para pasarse a Substack, la plataforma de blogs por suscripción que recientemente fue valuada en casi el doble que el Daily Telegraph, el centenario diario conservador británico.
Momento excepcional
El fenómeno de las superestrellas no es nuevo. Ya en 1890 el economista británico Alfred Marshall se preguntaba por qué la riqueza de los individuos “excepcionalmente favorecidos por el genio y la buena suerte” superaba tanto a la de talentos solo moderados en el mismo campo.
La explicación es que el talento menor suele ser un mal sustituto del mayor. El placer de escuchar a un gran pianista supera con creces al de oír a dos buenos. En 1981 el economista estadounidense Sherwin Rosen observó que un cirujano con un historial apenas mejor debería cobrar bastante más que sus competidores. La comunicación masiva, anotaba Marshall incluso en su época, vuelve aún mayor la prima de las superestrellas: cuanto más grande la audiencia, mayor el botín del talentoso.
Hoy ese efecto alcanza nuevas alturas. Un mercado bursátil en alza ayuda. Pero hay causas más profundas. El rápido progreso tecnológico impulsa a las firmas, especialmente en tecnología y finanzas, a disputar participación de mercado. Y como los mejores empleados pueden marcar la diferencia, las empresas luchan por quedarse con ellos.
Experiencia de usuario: cómo el diseño emocional se convirtió en el nuevo diferencial digital
En tecnología, la carrera por dominar la IA es el principal motor. Las compañías esperan recompensas enormes si logran ser las primeras en lograr avances. Cuando gastan en conjunto 400.000 millones de dólares anuales en infraestructura física para entrenar y operar modelos de IA, no tiene sentido escatimar en cerebros. Investigadores con publicaciones clave reciben ofertas doradas. Startups levantan miles de millones solo por el prestigio de sus ingenieros.
El peso de Wall Street
En California, los acuerdos de no competencia son inaplicables. Esto refuerza el poder de negociación de los ingenieros y les permite cambiar de empleo con rapidez. A veces con demasiada rapidez: en julio dos investigadores de Anthropic anunciaron que se iban a Anysphere, una startup menor, solo para ser contratados de nuevo semanas después.
El mayor escrutinio antimonopolio también impulsa esta dinámica. Google firmó acuerdos de licencias por miles de millones con Windsurf y Character.ai, dos startups, al mismo tiempo que contrataba a sus investigadores estrella. Microsoft hizo algo similar con Inflection, cuando fichó a Mustafa Suleyman, también fundador de DeepMind. Este año Meta pagó US$15.000 millones por una participación en Scale AI y convirtió a su fundador, Alexander Wang, en jefe de su división de IA.
En Wall Street, la tecnología ha creado mercados “el ganador se lo lleva casi todo”. Los grandes fondos de cobertura tipo “multi-manager”, como Citadel y Millennium, compiten ferozmente por gestores estrella, repartiéndose los costos directamente con los inversores. Las firmas de trading cuantitativo muestran la misma lógica: Jane Street ganó US$6900 millones en un trimestre con apenas 3000 empleados, mientras que Goldman Sachs, con 46.000, obtuvo US$3700 millones.
El mercado de talento en hedge funds, sin embargo, es opaco y rígido. En Florida incluso se aprobaron cláusulas de “non-competes” de cuatro años. Un joven de menos de 30 asegura que su esquema de compensación diferida y su cláusula de tres años lo condenan probablemente a su último empleo. Cuando ocurre un fichaje, puede derivar en peleas legales: Jane Street demandó a Millennium por contratar a dos de sus traders tras una operación especialmente rentable en India.
La cultura de la superestrella
La tecnología de comunicaciones amplifica todo: permite a las superestrellas llegar a más clientes y fans, retener más recompensas y prescindir de intermediarios. Eso vale para medios y entretenimiento —de Substack a OnlyFans— y también inspira a emprendedores de Silicon Valley que sueñan con crear startups multimillonarias casi en solitario.
El culto a la personalidad está en auge. La ética del capitalismo “socialmente consciente” de principios de los 2020 cedió lugar a la veneración del individuo. Los ejecutivos ya no solo están entre las celebridades más grandes de Estados Unidos: se han convertido en celebridades ellos mismos. Musk es el ejemplo más claro, pero no el único.
Podcasts, redes sociales y hasta negociaciones directas con Trump —otro símbolo del capitalismo de las celebridades— subrayan que hoy la figura del líder pesa tanto como la empresa que lidera. Algunos temen que este foco en las grandes personalidades sea síntoma de una burbuja. Quizá en retrospectiva la campera de cuero de Huang o el nuevo físico musculoso de Zuckerberg se vean como señales de alerta. Pero las causas estructurales del estrellato llegaron para quedarse.
El auge de la inteligencia artificial, la cultura del espectáculo y la lógica del “ganador se lleva todo” empujan a que las personas desplacen a las compañías como motor principal de los negocios Negocios
Leave a Comment