Día de la Niñez. Quiénes son los “guardianes de los juegos” que prueban los regalos más esperados por los chicos
La magia ocurre en muchos de hogares al mismo tiempo. Amanece el domingo y en cuanto los más chicos de la casa caen en cuenta de que ya es el Día de la Niñez, empiezan a dar vueltas a la espera de su regalo. Están los que lo abren con más cuidado y los que desgarran el envoltorio, en un arranque de emoción y ansiedad. Y lo que tienen en sus manos los sorprende. No importa el contenido. “¿Era lo que vos querías, no?”, pregunta alguno de los padres para asegurarse que la felicidad sea explícita. Llega el abrazo, todos contentos y las siguientes horas serán la prueba de fuego: el chico se olvidará del resto del mundo para entregarse a esa fantasía.
Sin embargo, lo que pocos saben, tanto los niños como los padres, es el mundo que hay detrás de ese regalo. Porque existe una trama paralela, no accesible para el resto de los mortales, que hace que esos regalos sean posibles. No se trata de la fábrica de juguetes del Polo Norte, no. Es una dimensión poco conocida y que posibilita que los juegos de mesa lleguen a la mesa y que los juguetes sean seguros y divertidos y cumplan su función. Ellos, los encargados de que esto ocurra son justamente los guardianes del juego. Y trabajan incansablemente, lejos de la notoriedad de las vidrieras de las jugueterías, para que la magia de la dimensión lúdica se siga activando cada vez que alguien se dispone a jugar.
Federico Spak es uno de ellos. Es el director del laboratorio de juguetes que funciona en el edificio de la Cámara Argentina de la Industria del Juguete (CAIJ), y que trabaja de forma autónoma. Es allí, por donde van a pasar todos los juguetes y juegos que se comercializan legalmente en el país. Spak y su equipo serán los responsables de verificar si son seguros. También son guardianes del juego José Hiebaum, creador y director de la diplomatura Cómo crear juegos de mesa, de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Lo mismo que Candelaria Mantilla, que hace 15 años fundó con su hermano Agustín la empresa Maldón, que hoy comercializa más de 40 juegos, con El Erudito y El Camarero, entre los más vendidos. “Nos apasionamos cuando creamos un juego nuevo, como si fuéramos chicos. Después hay que ponerles reglas y lograr que se entiendan. Es un proceso que pocos conocen, pero muy divertido. Desde el comienzo nos propusimos hacer juegos que nos gustaría jugar”, cuenta.
El laboratorio de los juguetes
El laboratorio de los juguetes es un lugar muy especial. Allí van a llegar los cientos de miles de juguetes que se fabrican en el país, que representan el 40% del mercado local y también los juguetes importados, que implican el 30%. Pasarán por tests extremos que los someterán a reacciones químicas, pruebas de golpe, quedarán bajo un torrente de fuego y se comprobará si resisten y no explotan para lograr la certificación de aptitud que exige la ley, para que puedan estar exhibidos en alguna de las 3500 jugueterías que existen en el país.
Pero hay otro porcentaje que no pasa por este laboratorio y que preocupa tanto a los fabricantes, por la competencia desleal, como a los pediatras. Debido a la crisis, aumentó la venta de opciones más económicas, pero que muchas veces tienen un origen en el contrabando y no resultan seguros para los chicos. “Estos juguetes representan el 30% del mercado local y ponen en vilo la vida de los chicos, ingresan por contrabando y se encuentran en la vía pública, ferias ilegales y en redes y plataformas”, advierten desde la CAIJ. No se trata solo de una apreciación de los jugueteros. Justamente, la Justicia y la Policía de la Ciudad realizaron operativos e incautaron juguetes que no reúnen las condiciones de seguridad. El viernes, el equipo de Lealtad Comercial del Gobierno de la Ciudad labró 67 actas de infracción en distintos puntos de venta.
Obviamente, la situación económica hizo que proliferaran estos juguetes. Algunos de los que incautó la Justicia, van a parar al laboratorio que dirige Spak desde hace 25 años.
Salen de una bolsa negra y se esparcen sobre una mesa. Hay juguetes que tienen partes pequeñas y pilas botón, sin una traba de seguridad para que un niño pequeño no pueda sacarlas. En el laboratorio tienen un experimento muy gráfico: envuelven la pila en una feta de jamón y con el paso de las horas, no solo quema y consume en jamón, sino que deja una aureola verde que se va expandiendo. “En menos de dos horas, la pila desprendió tóxicos en las paredes del sistema digestivo, provocando dos tipos de lesiones: una por descarga eléctrica y otra por ataque químico en ambas superficies al reducirse por estar en corto, sulfatando la carne”, explica Spak.
El laboratorio tiene tres pisos y se encuentra dentro de un castillo estilo medieval que se levanta en Boedo. En el primer piso funciona el laboratorio químico. Allí, explica Spak, después de someter a golpes y cortes a los juguetes, se toman las pequeñas partes que podían desprender y se las sumerge en ácido, para simular qué ocurriría dentro del estómago de un niño. Se analiza qué sustancias se desprendieron y pueden ir al torrente sanguíneo: las más frecuentes en los juguetes ilegales son plomo, cadmio, cromo, entre otros metales pesados, altamente dañinos. También pueden aparecer eftalatos, que se usan para darle flexibilidad a ciertos plásticos, prohibidos en juguetes.
En otro de los laboratorios se analiza el comportamiento mecánico. Se prueba a qué velocidad pueden ir los autos, motos y monopatines. Si es seguro para un chico de un determinado peso. Si la batería puede explotar cuando se carga. Si requiere frenos para una pendiente. También hay un equipo que mide a qué velocidad salen las balas de goma de las pistolas y si podrían dañar los ojos. “Tenemos que prever el uso y el abuso que pueden hacer los chicos, porque no siempre se utilizan como el fabricante lo imaginó”, apunta Spak. En este piso también se realizan pruebas de si un juguete tiene piezas chicas que podrían trabarse en la tráquea de un niño pequeño. Para eso hay dispositivos que simulan la boca de un bebé.
Cualquier chico que ingresara en este castillo, en el que hay juguetes por todos lados, podría creer que llegó al paraíso. “En realidad es el infierno de los juguetes, porque se les hace de todo para comprobar si son seguros”, apunta Julián Benítez, gerente de Relaciones Institucionales de la CAIJ. El infierno de los juguetes ocurre en el último piso, en un laboratorio con chimenea. Allí, deben superar la prueba de fuego los peluches, los disfraces y las pelucas. Esto es, se los expone a un soplete para ver cómo se comportan. Los peluches, para ser seguros deben tener un tratamiento ignífugo, de forma que al prenderse fuego le den tiempo al chico de soltarlo sin quemarse. Es una de las pruebas más gráficas. Mientras que los peluches del mercado ilegal arden y se consumen en segundos, los que cuentan con certificación apenas se encienden y no se derriten.
Un comunicado de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) advierte sobre la importancia de elegir juguetes seguros: “La Secretaría de Comercio de la Nación (Resolución Nº 163/2005) indica que los juguetes sean rotulados con el símbolo “S”. Esta marcación garantiza que el juguete obtuvo una certificación de sus características constructivas y de diseño que permite considerarlos más seguros”, apunta. Spak explica que los padres pueden saber si el juguete es seguro, buscando un símbolo con la letra S en la caja. También deben contener la información y el contacto de quién fabrica ese juguete o de quién lo importa.
El profesor que creó más de 30 juegos
De la pandemia a esta parte, los juegos de mesa se volvieron una tendencia. ¿Cómo surge la idea para un nuevo juego de mesa? Nadie mejor para explicarlo que José Hiebaum. Ya creó unos 30 juegos, entre ellos varios videojuegos. “Un juego nuevo hay que pensarlo no para un público general sino para uno en particular e imaginarlo como una experiencia. Tras la pandemia el mundo redescubrió los juegos de mesa, pero los jóvenes ya los habían redescubierto antes. Lo que pasó es que ellos compartieron esos juegos al resto de la familia”, apunta. “Ahora están muy de moda los party games, que son juegos rápidos que se arman en dos minutos y que con explicar dos o tres reglas básicas alcanza para jugar y divertirse. Hoy se busca muchos juegos de cartas que siguen esa lógica, similar al Uno. Los más jóvenes no se juntan a jugar al T.E.G., buscan partidas más cortas”, explica.
“Del año 2000 en adelante vienen creciendo los que se conocen como juegos europeos o juegos alemanes, que traen nuevas premisas que es que todos jueguen hasta el final, que no haya eliminación. Sin competencia. Nacen en oposición a los juegos americanos, llamados “ameritrash” que son los que buscan todo lo contrario: la eliminación directa, la competencia, que gane uno solo. En los europeos, vos siempre tenés chances de ganar, esto te mantiene enganchado hasta el final”, detalla.
Los juegos de mesa se dividen en tres grandes categorías, explica Hiebaum: competitivos, cooperativos o colaborativos. Los competitivos son los juegos típicos de los 80. “Los cooperativos, de moda ahora, son aquellos donde todos juegan por una causa. Se juega para ganarle al juego. Pueden ser juegos de historia o como The Mind, donde hay que cumplir misiones, que es ordenar los números sin emitir palabra; todos se divierten mucho. Los colaborativos son aquellos donde todos jugamos juntos y hay un impostor o un rol oculto cuando hay que descubrir”, detalla.
¿Cómo se diseña un juego que pueda jugar toda la familia con las distintas edades? “No es sencillo. Los juegos familiares tienen ciertas particularidades: La audiencia de menos de 10 años todavía no tiene desarrollado el pensamiento estratégico. Por eso va a ser un juego que tenga más elementos de azar, buscando una instancia de risas. Para eso se combinan habilidades con azar. Como El barquito, donde sacás una carta que dice ‘charlas que pueden surgir en el ascenso’, por ejemplo. Se determina una variable por azar, pero son los participantes los que dicen si la respuesta corresponde o no a la consigna. Son juegos muy divertidos que mezclan a todas las edades”, describe Hiebaum.
De 11 años en adelante, dice, se recomiendan los juegos de estrategia. “Sin embargo, a esa edad, no son los que más los atraen, en cambio les gustan los que impliquen más acción y no tener que pensar tanto una jugada. El interés por los juegos de estrategia aparece a una edad más adulta o en segmentos más de nicho, conocidos como nerd o ñoño”, explica. Los juegos de previa son unos de los que más crecieron, son aquellos que apuntan a los jóvenes y adolescentes tardíos, que se juntan antes de salir a bailar. Proponen partidas rápidas, con preguntas y respuestas, donde la parte subjetiva e individual es protagonista.
Los embajadores de los juegos de mesa
“Nosotros somos muy fanáticos de los juegos y no es que la vimos. Con muchas ganas de hacer un juego, dijimos que ‘sea lo mejor que podamos’, porque probablemente va a ser el único”, cuenta Candelaria Mantilla, que con su hermano Agustín creó hace 15 años Maldón, una editorial de juegos que ya tiene más de 40 títulos, la mayoría de creación propia, con el aporte de grandes ilustradores como Liniers. También tiene la licencia de juegos populares a nivel internacional. El primero que crearon es El Erudito. “A los seis meses habíamos recuperado la inversión y nos animamos a más”, cuenta. ¿Cómo se piensa un juego de mesa? ¿Qué mecánica opera para que sea un éxito? “Una de las formas es pensar un universo, y de ese universo después abstraerlo y bajarlo a distintas mecánicas de juegos. No existen pautas para montar un juego de mesa, cuando arrancamos dijimos ‘hagamos el juego que nos gustaría jugar’. Entonces pensamos un juego de preguntas, que tuviera un poco de razonamiento, que tuviera apuestas y eso fue El Erudito”, relata.
“Un juego de mesa es una abstracción de la realidad. Por ejemplo, cuando hicimos El Camarero, fue replicar lo que es ser mozo. Hay cartas que tienen distintos platos de comida, los jugadores piden su plato principal, su postre, su bebida y su acompañamiento. Después empiezan a salir las cartas con los platos que vienen de la cocina, y el camarero tiene que servir a cada uno el plato correcto. Resultó súper divertido”, cuenta Mantilla.
Los juegos familiares son una categoría muy especial que se recuperó tras la pandemia. “Para mí el juego une a la familia. Hoy, que está todo el mundo con su dispositivo, de repente ponés un juego en la mesa y el padre se divierte con el hijo adolescente y tienen algo común que hacer. Y todos se olvidaron de su celular. Es ese momento mágico que como padres tanto anhelamos. Nos escriben muchas personas agradeciéndonos por eso. Los juegos tienen eso de que te conectan con el acá y ahora y con la gente”, dice.
Una vez que se gesta la idea y se describe la forma de jugar, se crea un prototipo y llega lo más difícil: poner las reglas y escribir el paso a paso. “Hay juegos que creíamos que no eran muy buenos y en la prueba resultaron geniales”, señala. A la hora de escribir las reglas, la pasión cruza la mesa de los creadores. Y las ideas vuelan por el aire. Después hay que bajarlo todo al papel. Pero luego hay que ver si otro, el jugador, lo entiende. “Cuando lo probás con gente, cambia mucho. Antes probábamos con amigos, ahora convocamos a los seguidores de redes y ahí ajustamos un montón”, explica.
Otro tema no menor es que hoy la mayoría de la gente no quiere leer reglamentos, menos si son engorrosos y con letra chica. “Hay gente que le gusta mucho leerlos. Pero la mayoría no, entonces creamos videos explicativos, porque la gente busca tutoriales”, apunta.
En un castillo de estilo medieval, en el barrio porteño de Boedo, un grupo de especialistas trabaja para confirmar que los objetos que llegan a los más chicos les permitirán divertirse sin peligros Sociedad
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