Devoción católica. Miles de jóvenes y familias peregrinan desde muy temprano hacia Luján

El día apenas amanece, pero ya se observan cientos de peregrinos agrupándose frente al santuario de San Cayetano. Con mochilas al hombro, velas en las manos y rosarios colgando del cuello, los fieles se preparan para iniciar el largo recorrido hacia Luján. Dentro del templo, una fila avanza lentamente: los devotos esperan su turno para rezar o recibir una bendición.
Antes de cada bendición, el sacerdote pregunta el nombre de la persona por quien se reza y toca el celular donde aparece su foto. Algunos peregrinos se quiebran en llanto; otros encienden velas o acarician estampitas con las imágenes de la Virgen de Luján y de San Cayetano.
La 51ª Peregrinación Juvenil a pie a Luján, una de las expresiones de fe más convocantes del país, comienza a tomar ritmo, ya que se espera desde temprano que congregará a más de un millón de personas en los 60 kilómetros que separan la iglesia de San Cayetano, en el barrio porteño de Liniers, de la Basílica de Luján.
El lema elegido para esta edición es “Madre, danos amor para caminar con esperanza”, en sintonía con el Jubileo 2025, que invita a los creyentes a “caminar con esperanza”. La peregrinación, una de las manifestaciones marianas más arraigadas en la piedad popular argentina, vuelve a convertirse en un símbolo de fe, agradecimiento y encuentro.
Entre los grupos se destacan las parroquias de Nuestra Señora del Carmen, de Pellegrini; San Cayetano, de Lanús; San José, de Daireaux, y Santa Julia, entre muchas otras. También se suman fieles de Mar del Plata, organizados en un gran comité. Para muchos, la caminata es tanto un sacrificio personal como una forma de agradecer: una tradición que se renueva año tras año.
A las siete de la mañana, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, está listo para iniciar su caminata a Luján. Rodeado de fieles, sonríe y saluda a quienes se acercan a pedir una bendición o a mostrarle una foto antes de comenzar el recorrido. “Participar de esta manifestación hermosa de fe de nuestro pueblo, caminar con nuestra gente y llevar las intenciones de tantos hermanos que la están pasando mal”, resume García Cuerva en diálogo con LA NACION.
“De alguna manera, se trata de concretar el lema de este año: Madre, danos amor para caminar con esperanza. Recibir en la casa de la Virgen ese amor de madre y después contagiarlo entre nosotros, tratarnos bien, ser realmente hermanos y vivir con esperanza más allá de las dificultades”, añade.
Mientras tanto, la columna de fieles avanza lentamente por la calle Cuzco. Los cánticos y los rezos se mezclan con el sonido de los parlantes, que reproducen ritmos de cumbia. Algunos llevan carteles con los nombres de familiares enfermos; otros caminan en silencio, con la mirada fija en el horizonte.
Los primeros grupos ya habían comenzado a peregrinar a Luján desde las tres de la madrugada, mientras otros se preparan para hacerlo al mismo tiempo que García Cuerva.
“Cada peregrinación expresa la vida de ese año, lo que sucede en el mundo, en el país y en el corazón de cada uno. Por eso no hay dos iguales, aunque el recorrido sea el mismo”, sostiene el arzobispo porteño.
Antes de iniciar la marcha, mira a la multitud con emoción: “Es una cosa hermosa, y le doy gracias a Dios de poder caminar, como lo hago desde hace más de treinta años. Eso me hace muy feliz”.
Sobre la posibilidad de lluvia, responde con calma: “Si nos agarra un poco de agua, será también un reflejo de esos momentos de la vida en que todo se hace más difícil. La peregrinación es símbolo de lo que es la vida”.
La diversidad de edades salta a la vista: chicos, adolescentes, adultos y mayores comparten el mismo impulso de fe. A un costado del camino, un cartel señala el punto de partida —Liniers, kilómetro 0—, mientras que otro, más adelante, recuerda la meta: Luján, 58 kilómetros. A medida que avanza la mañana, el cielo se despeja y el sol se impone con fuerza, mientras continúa llegando más peregrinos para sumarse a la caminata.
Sentada en la vereda, con la mochila apoyada a un costado, Vanina Gisele Rodríguez, de 39 años, se prepara para emprender su tercera caminata hacia Luján. Cuenta que lo hace “por otro tipo de Argentina, más justa y en paz” y que la peregrinación se convirtió en una forma de resistencia frente a la desunión y la desesperanza. “Con todo lo que está pasando, necesitamos reencontrarnos —explica—. Hay mucha bronca, mucho odio. Y caminar hacia Luján es también buscar armonía, pensar en nuestros hijos, en el futuro, en un país que vuelva a creer”.
Luego, su tono se vuelve más emotivo: dice que también camina por Cristina Kirchner, a quien considera una referente política injustamente perseguida. “Sufrimos por ella —agrega—. Queremos que esté libre, porque dio mucho por el país. Oramos por una justicia más humana, la que quería Jesús”.
Tres amigas —Alejandra, de 55 años; Teresa, de 63; y Gabriela, de 52— se preparan para iniciar la caminata con mochilas y botellas de agua. Lo hacen desde hace años: algunas desde hace más de dos décadas y otra, por primera vez, desde Liniers. Esta vez repiten el recorrido “con mucha esperanza”.
Cuentan que caminan “por la vida, por la unión y por la salud de quienes más lo necesitan”, pero también por los que ya no están. “Vamos hasta el final. Y al que no viene, se lo lleva puesto”.
A las 10 en punto, se pide un aplauso para recibir a la imagen de la Virgen de Luján. Mientras suena el Himno Nacional, los fieles se acercan para tocar la imagen y persignarse con el agua bendita que la diócesis de Quilmes reparte entre la multitud.
“Miramos los ojos, las manos y el corazón de la Virgen, que nos recuerda nuestra fe”, expresa un sacerdote durante su mensaje. Luego, con tono más distendido, advierte entre risas: “Cuidado en la caminata, cuidado con los choripanes; comer un guiso, no”.
Finalizado el mensaje oficial, los fieles comienzan a avanzar detrás de la imagen, que encabeza la peregrinación a Luján. Entre ellos, Oscar Javier Fernández Baca, de 55 años, vive en la Argentina desde hace una década y participa por primera vez de la peregrinación, con profunda emoción. “Lo hago por devoción a la virgencita, pidiéndole salud para mi familia y, especialmente, para la mamá de mis hijos”, explica con voz serena. En su mirada se confirma su devoción: “Siento una energía positiva y sé que voy a llegar”.
En la marcha se ve de todo: niños en cochecitos, jóvenes que llevan a sus perros, personas con chalecos fluorescentes y otras con paraguas para protegerse del sol. El tránsito es intenso y la policía controla los cruces para garantizar la seguridad de los peregrinos.
Al mediodía, con el sol fuerte sobre el asfalto, muchos buscan la sombra para descansar unos minutos. Dos mujeres que empujan carritos se ríen entre ellas: “Cuando ya no podemos más, hacemos relevo con los carritos. Todo bien por ahora”, dicen, antes de retomar el paso.
Un momento clave del inicio de la caminata ocurre cuando un fiel se niega a mover la imagen de la Virgen peregrina de la calzada para dejar pasar a los autos. “Es la Virgen peregrina, no se va a mover”, advierte con firmeza. El tránsito debe desviarse y, tras unos diez minutos de espera, la procesión vuelve a avanzar entre aplausos y cánticos.
A casi un cuarto del recorrido, Alejandro Garnica, de 43 años, camina junto a su hijo Franco, de 18. Para él, la peregrinación es una tradición que mantiene viva desde 1998. “Le muestro el camino de la fe que tengo y él me acompaña. Estoy orgulloso de que lo haga”, cuenta emocionado.
Cada año, dice, camina para agradecer y pedir por salud, trabajo y paz para su familia. “Cuando estuve mal o mi familia estuvo mal de salud, le pedí a la Virgen y siempre me cumplió. Nunca me falló”, confiesa. Mientras el sol se hace sentir, sonríe y agrega con humor: “Con mucho calor, sí. Pero seguimos. Activá —le digo—, que en Merlo hay un buen baño y un Big Mac para descansar antes de seguir hasta Moreno”.
El primer tramo de la caminata transcurre casi sin inconveniente. Cada peregrino tiene su método para resistir el cansancio: algunos levantan las piernas durante las pausas, otros aprovechan para hidratarse o estirar los brazos antes de seguir.
Los vendedores ambulantes bordean el camino ofreciendo bebidas y frutas. “¡Hay placer y agua!”, gritan. Una bolsa con banana y manzana cuesta $2000, y una botella de agua fría, $1000. Poco después, pasan los recicladores, atentos al paso de la multitud. “¿Dónde están las botellas vacías?”, pregunta uno de ellos, alzando la voz por encima de los cánticos, antes de añadir divertido: “No me mientan, sé que tienen botellas vacías”.
A las 14, los peregrinos que partieron junto a la imagen llegan a la Catedral de Morón, donde se levanta el gran tanque de agua. Allí, muchos fieles se refrescan la nuca después de haber completado un cuarto del recorrido. El termómetro marca más de 25°C, se siente fuerte el calor en el asfalto. Muchos pasarán la noche caminando, guiados por la luz de las velas y el deseo de llegar, al amanecer, a los pies de la Virgen.
Con el lema “Madre, danos amor para caminar con esperanza”, a las 7 comenzó la caminata de 60 kilómetros desde el santuario de San Cayetano, en el barrio porteño de Liniers Sociedad
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