Cómo es Casa Palanti, el nuevo restaurante ubicado en la emblemática Casa Redonda de Barrio Parque
No hay timbre, ni portero eléctrico ni campana. Ninguna forma de avisar que uno está en la puerta. ¿Dar unas palmaditas, como en los pueblos? A los segundos, una chica abre el portón de madera con figuras talladas -algunos dicen que son un homenaje a Dante y su amada Beatrice- y detrás aparece la casona que despierta intrigas, leyendas y ensoñaciones desde hace más de cien años.
Conocida como la Casa Redonda o el Pequeño Barolo, es la residencia privada en pie más valiosa entre las que construyó el arquitecto y pintor italiano Mario Palanti en la pujante Buenos Aires de los años 20. Y está a punto de renacer como el restaurante Casa Palanti, con cocina a cargo de un chef con estrella Michelin.
Cruzamos la puerta y, tras subir la escalera de mármol de tres escalones, entramos a un recibidor empapelado en tonos pastel rosados y verdes. Los pisos son de roble de Eslavonia. El trayecto natural conduce hacia lo que era el living de la propiedad, hoy transformado en el salón principal del restaurante, con capacidad para 32 cubiertos. Dos arcadas dividen el espacio y, en el rincón que ocupaba la chimenea, ahora hay una bancada y una mesa para cuatro comensales.
Subiendo la escultural escalera de madera se accede a la segunda planta de la propiedad, que tiene un total de 810 m2 sobre un terreno de 466, en la zona más cara de la ciudad. Del techo cuelga una gran lámpara de hierro de la que se desprende un artefacto para sahumar la casa. Esta parte de la construcción es laberíntica: se mantuvo la distribución original de las habitaciones, a las que se accede por puertas macizas de vidrio repartido. Cada una tiene su estilo y paleta de colores. En una de ellas hay un gran aparador que sigue las líneas curvas que Palanti exploró en el pico de su carrera, al mismo tiempo que levantaba en la avenida de Mayo su obra inmortal, el Palacio Barolo, uno de los edificios más altos de su época.
En la planta alta también hay un bunker, con puerta blindada y pasadizo de escape hacia la cocina: un vestigio de la época en que la casa funcionó como Embajada de Irán. Y también está el espacio que funcionará como bar, en una segunda etapa de esta reapertura.
Una escalerita lleva a la famosa torre mirador de motivos hindúes y otra, más abigarrada aún, a la terraza coronada por una cruz del Sur metálica. Se dice que el poderoso empresario automotriz Julio Fevre tenía desde aquí vista directa del Estadio Olimpo, la pista de prueba de autos con gradas para 3000 personas que había en el techo del vecino Palacio Chrysler -hoy Palacio Alcorta-, concesionaria modelo que también era de su propiedad. En el año 1931 Fevre, que ya era importador de los vehículos Dodge, compró la filial local de Chrysler a la firma Resta Hermanos, que fue la que encargó la construcción tanto del Palacio como de la casa a Palanti. En sus primeros años se la conoció como Petit Hotel Eduardo Resta, por el director de Resta Hermanos.
Durante su centenaria historia, la casa tuvo otros habitantes: los Zeballos, que vivieron allí durante casi diez años en los años 40; una familia salteña de apellido Soler, que la usaba durante sus visitas a la ciudad; y, más recientemente, en 2017, reabrió como galería de arte y showroom de muebles de lujo para las marcas Fendi Casa, Roberto Cavalli Home y Ralph Lauren, aunque dos años después volvió a cerrar. Además de su extensa temporada como embajada durante el gobierno del Sha de Persia hasta su derrocamiento en 1979. Su propietario actual reside en el exterior.
Aunque sobresale el nombre del milanés, éste es el único proyecto que firmó a dúo con su amigo Ricardo Ulrico Augusto Algier, arquitecto de bajo perfil y prácticamente ignoto. Los constructores fueron Castiglioni y Colombo, quienes ya habían realizado otras obras junto a Palanti, desde que llegó a los 24 años para plasmar su febril visión del arte y de la arquitectura, nutrida de referencias y simbolismos.
A cargo de este regreso de la casa hay un equipo con importantes credenciales. La cocina estará dirigida por Juan Ventureyra, chef porteño radicado en Mendoza que este año ganó su primera estrella Michelin por su trabajo en Riccitelli Bistró.
“La carta es simple: mucho trabajo con lo vegetal, que es mi sello, un par de pastas, algunas proteínas. Creo que la milanesa con huevo cocido a baja temperatura y las papas fritas van a ser algunos de los platos estrella”, cuenta Ventureyra, que tuvo que adaptarse a la pequeña cocina de la casa y aun así se propuso desafíos como hacer sus propios helados y panificados.
El staff gastronómico se completa con el bartender Ludovico De Biaggi, responsable de las dos barras de Casa Palanti y la carta de coctelería, donde hay clásicos y guiños tiki. El Negroni alla Palanti tiene un extra de avellanas, y el Barrio Parque, una combinación de coñac, ron, mandarina, horchata y Ancho Reyes. Del asesoramiento en vinos participó la sommelier Marcela Rienzo.
Al contar con protección estructural y estar catalogada como Patrimonio Arquitectónico y Urbanístico de la Ciudad, el trabajo de restauración fue lento, preciso y respetuoso. El equipo de la directora de arte Eme Carranza, creadora de restaurantes con ambientación icónica como Niño Gordo, El Preferido o Cochinchina, estuvo al frente del desafío.
Después de años de vecinos y curiosos preguntándose quién habitaba la misteriosa casa redonda se acaban los secretos: el 3 de noviembre abrirán formalmente las puertas. Buenos Aires podrá exhibir uno de sus orgullos patrimoniales, ahora con su recuperado esplendor.
A una cuadra del museo Malba, la residencia diseñada por el italiano Mario Palanti reabre mañana como espacio gastronómico con la cocina de un chef con estrella Michelin. Revista Lugares


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