Batalla cultural contra el atraso populista
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La Generación del Ochenta hizo realidad el ideario de la Constitución de 1853, mediante la consolidación territorial, el desarrollo de infraestructura, la expansión poblacional y la educación común, sobre las bases de las tres presidencias de la Organización Nacional. Fue destino preferido de la inmigración europea para progresar sobre la base del esfuerzo y el mérito, por solo residir en nuestro suelo. Sus hijos pudieron educarse con valores republicanos e integrarse a esta tierra de promisión con guardapolvos blancos y entonando “Aurora” al izarse la bandera.
Cuando Javier Milei acompaña a Donald Trump en su batalla cultural contra el wokismo, lo hace por afinidad política, no porque sea una prioridad en la Argentina. En Estados Unidos ya funciona un capitalismo exitoso, líder mundial de iniciativa e innovación, en contraste con la Unión Europea y ni qué decir, América Latina. En nuestro país el capitalismo es de larga data y aún mala palabra y lo urgente es restaurar los valores de aquella generación para volver a crecer en una economía abierta.
Fueron distintas vertientes del nacionalismo antiliberal que erosionaron el ideal de progreso en busca de un “ser nacional” opuesto al liberalismo anglosajón. No por adhesión a la Tercera Internacional sino lo contrario, pues abrevó del pensamiento de José María “Pepe” Rosa, de Ernesto Palacio y de los hermanos Irazusta, entre otros. Hizo eclosión con el golpe militar de 1943 cuya finalidad fue evitar el fin de la neutralidad y la adhesión a la causa aliada. Desde entonces, una prédica sistemática inculcó valores inversos a los que hicieron de la Argentina un gran país. Se reescribió la historia de Mitre, se ridiculizó a Sarmiento, se ignoró a Alberdi y a Avellaneda, y se denostó a Roca (a quien Perón admiraba). El credo ilustrado de Eduardo Wilde, Paul Groussac, Miguel Cané, Carlos Pellegrini y Joaquín V. González fue sustituido por mitos precapitalistas que nos retrotrajeron a tiempos coloniales.
La batalla cultural pendiente en la Argentina es distinta a la que Trump propone para su país. Aquí se deben reimplantar los valores propios de un capitalismo vibrante y no distraerse con un wokismo irrelevante
Esos delirios populistas echaron raíces en el ideario colectivo. Juan Domingo Perón fue agregado castrense en Italia (1939-1941) cuando Mussolini ya había firmado el Pacto del Eje (1940) y cuyo fascismo lo sedujo. Su obra La Comunidad Organizada (1949) es una biblia corporativista que dio letra a la idea de armonizar los distintos intereses bajo la férula estatal con agremiación forzada de trabajadores y empresarios, economía cerrada, servicios estatizados, déficit fiscal y emisión monetaria para sufragar sus desajustes. Las “concertaciones” y “mesas de diálogo” son vestigios de ese intento por reemplazar la representación política por acuerdos entre facciones sectoriales.
No son hallazgos arqueológicos, pues sus efectos continúan vigentes. En 1945 el entonces coronel Perón copió la Carta del Lavoro imponiendo la personería gremial única por rama de actividad (Decreto 23.852) y luego la ley de convenios colectivos (1953) que aún rigen. La justicia del trabajo se creó en 1944 y, con los años, fue germen de la prolífica industria del juicio. Ya en 1952 se emitió un billete con la imagen de la Justicia sin venda, para reconocer a los peronistas. De hecho, la lluvia de medidas cautelares contra decisiones oficiales, incluso la suspensión del capítulo IV del DNU 70/23 devela por qué es tan difícil reducir el costo argentino. Las obras sociales fueron cedidas a los sindicatos por Juan Carlos Onganía en 1970 para cooptar al peronismo y los “gordos” aún cuentan con esa suculenta caja, nunca auditada, para oponerse a las reformas.
¿Atraso cambiario? Muchas de sus causas se remontan a entonces. Como bien lo señaló el economista Martín Lagos en una carta a LA NACION, aplaudiendo la negativa del Ministerio de Trabajo a homologar un acuerdo paritario entre Camioneros y las cámaras del sector, si cada empresa de transporte negociase con sus propios choferes solo darían aumentos que pudiesen absorber en competencia con las demás y no como ahora, con acuerdos monopólicos que llevan a trasladarlos a las tarifas por igual. Es una de las tantas regulaciones que provocan el “atraso cambiario” siempre inmune a las reiteradas devaluaciones.
Frente a la actual política económica arrecian los cancerberos del proteccionismo, del estatismo, de los amparos laborales y del empleo público. También el peronismo “dialoguista” con su séquito de gobernadores, senadores, intendentes, sindicalistas y dirigentes que disfrutan de la supuesta batalla cultural mientras guardan la llave de los privilegios que, desde hace 80 años, bloquean la modernización del país
En 1946 se nacionalizó el Banco Central para que los industriales pudiesen financiar actividades económicas de interés nacional. Desde entonces se emitió sin respaldo, basado en las mismas ideas, hasta el último período kirchnerista. Cuando Roca unificó la moneda creando el noble peso argentino (1881) nunca hubiera imaginado su degradación posterior, con dos hiperinflaciones y trece ceros menos, hasta que la emisión se detuvo por completo 67 años más tarde.
Mencionar el Primer Plan Quinquenal (1946) suena como una antigualla, aunque todavía es un muerto viviente. Mediante el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) se controló el comercio exterior, se nacionalizaron los ferrocarriles, el gas y los teléfonos. Actualmente, los trenes siguen siendo estatales, subsiste Enarsa y el peronismo sueña con ese instituto para “hacer caja” con las exportaciones.
En el panteón de héroes nacionales no figura ninguno de los primeros empresarios del país como Bagley, Peuser, Noel, Bieckert, Bemberg o Bianchetti, sino militares que lo fueron con fondos públicos como Manuel Savio y Enrique Mosconi. El primero creó Somisa, la fábrica de acero que encareció la producción de automóviles y electrodomésticos durante años, por el alto costo de su chapa. Pero enriqueció a sindicalistas, proveedores y contratistas, reduciendo el salario popular. En cuanto a Mosconi, fue creador de YPF, la empresa estatal de hidrocarburos que, hasta la presidencia de José A. Estenssoro (1992), era la única petrolera del mundo con pérdidas, pues el Sindicato Unidos Petroleros del Estado (SUPE) se apropiaba de su renta.
Cada 20 de noviembre se celebra el Día de la Soberanía Nacional en recuerdo de La Batalla de la Vuelta de Obligado, cuando Buenos Aires quiso evitar el paso de vapores extranjeros que pretendían comerciar con las provincias del litoral. Sin embargo, no se festeja el 25 de mayo de 1879, cuando Julio A. Roca y su ejército celebraron una misa de acción de gracias en la isla de Choele Choel, sobre el río Negro, por el éxito inicial de la Campaña del Desierto. Gracias a ello, la Argentina afirmó su soberanía sobre toda la Patagonia, las Malvinas y la proyección antártica. Y ahora tenemos Vaca Muerta, minería, pesca y hasta un plan atómico patagónico para gravitar en el mundo.
En el país de los héroes equivocados se honra a Raúl Scalabrini Ortiz, propulsor de la nacionalización ferroviaria, con una calle y una estación de subte. Actualmente Trenes Argentinos es la mayor empresa estatal, la más ineficiente y la que más dinero pierde. También se dedica una universidad nacional a Arturo Jauretche, el ingenioso escritor que popularizó las expresiones “cipayo” y “vendepatria” que utilizan las bancadas peronistas para agraviar a Milei. Su prédica pegadiza hizo un gran aporte a la cultura del aislamiento y del rechazo a la inversión extranjera.
Afortunadamente el marxismo tuvo poca penetración en nuestro país. Fue en 1973, durante los 49 días que gobernó Héctor Cámpora en nombre de un “socialismo nacional” que esterilizó el propio Perón. Y 30 años más tarde, cuando el kirchnerismo utilizó a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe para camuflar su gigantesco plan de corrupción con libreto posmarxista. De ese modo, logró el apoyo de distintos grupos sociales a los que otorgó nuevos derechos, ministerios e indemnizaciones y cuyos beneficiarios aún aplauden a la expresidenta.
La batalla cultural pendiente en la Argentina es distinta a la que Trump propone para su país. Aquí se deben reimplantar los valores propios de un capitalismo vibrante y no distraerse con un wokismo irrelevante. LA NACION siempre se ha manifestado a favor de la vida, del sexo como fenómeno biológico y contra los cupos o subsidios para imponer distintas agendas. Sin embargo, no son cuestiones que deban ser reabiertas en este momento.
Es el esfuerzo que lidera Federico Sturzenegger con pocos instrumentos a su alcance. Enfrente tiene, como cancerberos del proteccionismo, del estatismo, de los amparos laborales y del empleo público, al peronismo “dialoguista” con su séquito de gobernadores, senadores, intendentes, sindicalistas y dirigentes sociales que disfrutan de la batalla cultural contra el wokismo, mientras ellos guardan la llave de los privilegios que, desde hace 80 años, bloquean la modernización del país.
La Argentina del atraso ha siempre venerado a los héroes equivocados, con dirigentes cuya tacañez moral e intelectual solo persiguieron su propio beneficio privado por sobre el colectivo Editoriales
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