Aerolíneas Argentinas: los gremios y el Gobierno, dispuestos a aguantar en sus trincheras, con los pasajeros en el medio de la batalla
Las posiciones firmes de unos y de los otros (los sindicalistas y el Gobierno) no puede sorprender a nadie. En el conflicto de Aerolíneas Argentinas solo era cuestión de que la Casa Rosada dijese el primer “no” a los gremios, acostumbrados al “sí” fácil, para que se endurezcan las posiciones de los representantes de los trabajadores. Estaba tan escrito que hasta da vergüenza escuchar a los sorprendidos. Salvo, claro está, que quien ahora abra los ojos asombrados no conozca absolutamente nada de la historia de este siglo que se escribió en la empresa.
Apenas era necesario que la gestión intente iniciar un proceso para someter a la línea aérea de bandera a condiciones de mercado para que los gremios endurezcan su posición, ya de por sí bastante pétrea. Se trata, pues, del más anunciado de los conflictos, por la historia de ambos bandos en pugna. Por un lado están los sindicatos, que siempre se opusieron a cualquier cambio del statu quo que regrese a la compañía a cualquier instancia de racionalidad con la competencia. Mimados con palmaditas en la cola por más de 15 años, durmieron tranquilos gracias a los más de US$1 millón diarios que les dieron para que que no se despierten de noche y empiecen a los gritos. El “sana, sana, colita de rana” a Pablo Biró, el líder de los pilotos, siempre se lo cantaron con un fajo de un millón de dólares en la mesa de luz. Él se dormía tranquilo; se despertaba y había otro tanto.
Por otro lado, el gobierno de Javier Milei, que los desconcierta por lo duro con la billetera y que, además, no le teme al conflicto, al punto de que se caracteriza por redoblar la apuesta. Dos trincheras prudentemente construidas durante muchísimo tiempo.
En el medio, los pasajeros que no saben muy bien qué hacer y cómo moverse en un esquema de conflicto constante, de vuelos parados y de reprogramaciones. La incertidumbre de los tiempos, ya no solo de los que se volarán en estos días, sino de los boletos comprados y no volados.
Así las cosas, cada uno con petates llenos de provisiones como para aguantar en su trinchera, hay un elemento que no manejan: el tiempo. Quién podrá aguantar más con ese plazo que le dará la sociedad a un mundo del transporte en pie de guerra contra las reformas del Gobierno. Primará la Casa Rosada o los gremios. El tiempo será el factor determinante: el que se mantenga en la misma posición durante más tiempo, gana.
Los hombres de Milei controlan la caja. Ni más ni menos que eso. Podría decir algo simple: que la empresa se arregle con lo que produce. Algo tan simple como lo que ocurre en cada familia argentina. A quién no le gustaría vivir en un barrio mejor, tener un mejor auto, mejorar la casa, mandar a los hijos a un colegio superior o ahorrar todos los meses. Sin embargo, cada cual adapta su vida a sus ingresos. Se puede pedir un préstamo al banco o a familiares para algún proyecto puntual. Pero hay que devolverlo.
Aerolíneas recibió en promedio un millón y medio de dólares por día que nunca devolvió. Biró, el piloto que vuela poco, dice que la empresa genera millones de dólares en la economía. Nadie duda respecto del valor de la conectividad aérea. El punto es si se necesario o no que una Argentina con miles de necesidades destine ese dinero a sostener una actividad que el sector privado atendería.
Con el control de la caja, como se dijo, el Gobierno podría empezar a llevar la compañía a una suerte de encrucijada letal. Como se sabe, con lo que produce no paga los costos, con lo cual, empezaría un achicamiento natural de Aerolíneas. Algo que sucede en cualquier sector de la economía. Con solo llevar a Biró a un tour por las grandes empresas y pymes argentinas se daría cuenta de que las compañías ajustan en tiempos de vacas flacas, y se expanden en las otras. Se llevaría una sorpresa el piloto al ver que funciona en una burbuja de privilegios. Hay que tener cuidado en ese tour de no llevarlo a un centro de jubilados: le podría hacer mal.
Ese camino del Gobierno es ingresar directamente al paradigma del conflicto: habrá tantos paros como vuelos. Esa dinámica de lo impredecible va a generar que empiece a repercutir en las ventas futuras. Es decir, se perderá la confianza respecto de poder volar o no volar en la compañía, ya que nadie podrá dar certezas sobre eso.
La Argentina actual, como para ilustrar, depende en 7 de cada 10 vuelos de la empresa de bandera. La lógica del mercado que impulsa Milei dirá que las empresas privadas, que vean que la demanda está insatisfecha por la caída de la oferta de Aerolíneas, se verán incentivadas a traes más aviones y ganar mercado. Esa es la lógica, como se dijo. Pero la Argentina es un país con cepo y con muchas cuestiones en el sector que no están resueltas. Por caso, en estos días paran otros gremios que no dependen de la gestión de las empresas, como ATE, que tiene gente en los controladores de vuelos y en la ANAC, el organismo que administra gran parte de los trámites aerocomerciales. Las incógnitas son muchas.
El tránsito a la venta no es sencillo. Primero, es una empresa poco atractiva, entre otras cosas, por lo que se dijo en esta nota. Pero, además, hay un cepo legislativo que está en la Ley Bases. Para modificarlo, se necesita otra ley. No alcanza con los héroes del asado de Olivos.
Pese a todo, el Gobierno deja traslucir que hay dos interesados. Ellos son Latam, que se fue del cabotaje de la Argentina, pero no de los vuelos regionales; y el otro es el grupo empresario que es dueño de la brasileña GOL y que controla Avianca. Por motivos estratégicos, les interesa la empresa. Pero los contactos son incipientes. Es más, en ambos grupos lo niegan.
El camino del conflicto que se ha sido elegido es largo, con el tiempo de aguante como variable. En el medio, los pasajeros, rehenes de una lucha ajena, ya que ellos sí pagan precios de mercado. En los valores de los pasajes, Aerolíneas sí es fanática del mercado. En el medio, aparecen los gobernadores, aliados de los gremios, ya que piden y piden vuelos sin poner una moneda. No hay federalismo en esa visión.
Las trincheras están hechas para aguantar. Cada cual se llevó provisiones. El que aguante más, gana.
Era cuestión de que la Casa Rosada dijese el primer “no” a los sindicatos, acostumbrados al “sí” fácil, para que se endurezcan las posiciones de los representantes de los trabajadores Economía
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