A los 24 ganó su primer oro, es medallista olímpica, campeona del mundo y, casi sin querer, tiene una doble vida en Netflix​

Aunque Isak Dinesen, seudónimo literario de Karen Blixen, ya era memorable por sus aventuras en medio de la sabana africana, fue Meryl Streep con su magistral representación en “Africa Mía”, quien le aportó reconocimiento internacional. Con su lucha permanente por llevar adelante una plantación de café en Kenia, el agua se convirtió en una medida de su cotidianeidad. Solía decir que “la cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar”. En este pensamiento se puede alojar la historia de Eugenia de Armas y su vínculo con el océano.

Cuando nació, en 1999, sus papás ya tenían una lanchita para pasear los fines de semana. La familia sorteaba el tiempo libre en el agua, Eugenia con sus 5 años no salía ni un momento del río, todo el tiempo jugando. Una experiencia de todos los integrantes, menos de su hermana Vicky de 8, porque le tenía miedo al agua. Un día a sus papás se les ocurrió inscribirla en una clase de wakeboard así se tiraba para jugar, sin la necesidad de pensar tanto en el río, los peces, la profundidad, todas las cosas que le daban miedo… y ¡se animó! “Yo -relata Eugenia-, como buena hermana menor, la copié”. Aunque su papá siempre fue amante del automovilismo y la instaba a subirse a un karting para intentarlo, terminó siendo una sirena en el agua. Al mes de haberse tirado por primera a vez al agua con su hermana y haber esbozado sus pininos en el deporte, ya la habían convocado para participar de los Juegos Nacionales. “Así empezó todo”, recuerda.

El precio de entrenar y la vida social

La infancia transcurrió feliz y con libertad. Pero la preadolescencia se presentó con algunos desafíos. “Al principio me costó un poco -relata-. No entendía por qué yo tenía que perderme cumpleaños, fiestas o juntadas de amigos para entrenar, para mi ellos eran lo más importante…” Hasta que fue a su primer mundial y le ganaron todas sus competidoras. Cuando volvió su papá le consultó sobre qué hubiera preferido entonces, conociendo los resultados. “Me interrogó sobre qué hubiese preferido -sigue Eugenia-: ¿haber ido a más cumpleaños o haber entrenado más? A partir de ahí mi cabeza cambió. Empecé a entender por qué no era un sufrimiento no ver a mis amigos, sino una elección, porque tenía un sueño más grande”.

Su camino estuvo lleno de bisagras. Esas puertas que se cerraron y abrieron ventanas, o se entornaron para darle la oportunidad de reflexionar. Una de ellas fue el primer podio, porque le hizo ver que ser número 1 era posible. “En 2019 fue mi primer mundial en la categoría Open Women (categoría más alta de mujeres) -explica-. Mi objetivo en esa competencia era, como mucho, ser finalista, quedar entre las primeras seis, y ¡quedé tercera! Ese logro inesperado me abrió los ojos y me di cuenta de que si entrenaba un poco más tenía posibilidades de llegar a lo más alto y cumplir mi sueño de ser campeona del mundo”.

El trabajo del disfrute

Eugenia atraviesa períodos de mucha adrenalina puesta en la competencia que apenas dura unos minutos, pero aprendió a trabajar el tiempo entre un torneo y otro. “Para mí lo más importante es ese momento -explica-. Hay muchas emociones que explotan en ese minuto de disputa. Desde frustración porque no salen las cosas, hasta felicidad máxima por hacer trucos nuevos, pero la verdad es que intento siempre disfrutar cada esquiada y dar lo mejor de mí en el proceso. Mi entrenador de los torneos siempre me dice antes de salir al agua: “lo que tenías que hacer ya lo hiciste, ahora a disfrutar”.

Eugenia se inició en el esquí, según cuenta, casi antes que pudiera caminar, aunque prefirió quedarse con el wakeboard para evitar el frío de la nieve. Con el tiempo logró convertirse en una figura de prestigio internacional. A los 24 años se convirtió en la primera atleta argentina de los Juegos Panamericanos de Santiago 2023 en subirse a lo más alto del podio. Entonces logró la primera medalla dorada de la delegación tras finalizar en primer lugar en esquí náutico, wakeboard femenino. Con su marca de 83,11 superó en la prueba a la estadounidense Mary Morgan Howell (80.56) y a la chilena Ignacia Holscher Castillo (64,89). La campeona del mundo de la especialidad, que todavía no tiene rango olímpico, ya lo había logrado cuatro años antes en los mismos juegos, pero en la edición de Lima 2019.

“Para mí, el lugar más mágico para practicar mi deporte es cualquier río en Argentina -sostiene-. El río Paraná, a la altura de Escobar-Campana me da mucha nostalgia. Es donde entrenábamos los fines de semana con mi familia cuando era chiquita, antes de empezar a viajar y prepararme en el exterior”.

Asegura que cada día se dedica totalmente a su preparación para lograr el objetivo de estar siempre en el máximo de su especialidad. “Siento presión, pero no de un modo negativo, al contrario -sostiene-, me es útil como una manera de motivarme para estar siempre en los primeros puestos del circuito. Soy muy competitiva y trato todo el tiempo de seguir mejorando”.

“El cuerpo me pasa factura”

Sueño, dieta, preparación física…, muchos son los ítems a considerar sobre todo para una personalidad tan dedicada como la de Eugenia. “El día a día de trabajo antes era un desastre -afirma-, comía lo que quería y no iba ni una vez al gimnasio, pero después de romperme la rodilla y ahora que estoy más vieja -cuenta entre risas- el cuerpo me pasa factura. En este momento si no como bien o no hago ejercicio se nota en mi esquiada. Entonces entreno en el gimnasio 2 ó 3 veces por semana, corro otras tantas e intento hacer yoga o estirar lo más que pueda”. Aún así reconoce que con la comida sigue siendo “un desastre”.

La estelaridad no sólo la ha demostrado en el deporte, sino que casi de casualidad comenzó a trabajar como doble de riesgo. Su padre estaba encargado de conducir una lancha en el rodaje de una serie de 19 capítulos llamada “Cielo grande”, donde un grupo de adolescentes trata de salvar un hotel especializado en deportes acuáticos. A la par de este emprendimiento, la serie evoca sus recuerdos de la infancia, donde se develan secretos familiares. A Eugenia le tocó reemplazar a la actriz Pilar Pascal, protagonista de la tira. Su personaje, Steffi, debía hacer varios trucos en las tomas. “Nos divertimos mucho, aunque no tuve que compartir tanto tiempo con los actores porque hacíamos las escenas en diferentes días -relata-. Mis amigos decían reconocer mis cuadros porque se notaban los músculos de mis piernas. Esta es una faceta nueva e inesperada. No sé si continuará, pero si alguien está interesado en hacer una serie o película de wakeboard yo estoy ciento por ciento disponible para ser doble otra vez. Aunque no es ni mi objetivo, ni mi sueño”.

A la par, es dueña de su propia “Gran Willy” pero en el agua. Es la primera y única mujer que ha podido realizar la maniobra Doble Invertida. Comenzó a trabajarla en el año 2018 porque perdió una apuesta con su entrenador. “No lo tenía pensado, ni era parte de lo que queríamos incluir en una prueba -relata-. Sin embargo, apenas en el segundo intento me salió”. Esa fue la muestra que le aseguró que tenía posibilidades de hacerla. Aún así, luego de varios intentos durante los entrenamientos, se rompió una costilla y debió hacer reposo. Un mes después, en el primer intento, volvió a salir exitosa. “Tengo la grabación con un dron que hizo un amigo”, completó.

De novia con otro deportista, alterna su tiempo entre Argentina y México, “vivo un verano permanente”, sentencia con una sonrisa que nunca se borra de su rostro.

​ Es campeona panamericana y del mundo. En 2018 se convirtió en la única mujer en la historia del wakeboard en ser capaz de realizar un doble giro completo pero, además, se muestra en la tele  Lifestyle 

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