Los regalos son un problema
En unos días voy a ir a comprar ropa con el mayor de mis sobrinos. Acaba de cumplir 16 años y tras años también de insistirle “Augus, ¿te regalo unas zapatillas?”, “Augus ¿querés una campera?”, y él siempre decir “no, gracias, mejor otra cosa”, este año en el jardín de su casa me dijo “tía, me vendría bien un jean, ¿vamos juntos a comprarlo?” y yo sonreí de inmediato. Me encanta comprar ropa y me encanta hacer regalos. Cuando compro y no es para mí primero no tengo culpa por haber gastado dinero y segundo me siento bien, me gusta que algo que yo hago provoque alegría en la gente que quiero. Ese poder.
No es nuevo. Los regalos tienen historia en los primeros años del mundo y en todos lados. Los reportes sobre aquellos tiempos cuentan que los fenicios, por ejemplo, la civilización que vivía en lo que hoy en parte es el Líbano, cuando llegaban a un sitio que no conocían lo hacían con regalos para ganarse la confianza de quienes allí vivían. Granos, joyas. El regalo estratégico. O cuentan, también, que en ciertos pueblos de España en el siglo XIV, y antes de casarse, la novia le regalaba al novio una espada. El regalo protocolar. Además, que en la cultura romana cada vez que comenzaba un año se regalaba una moneda con la intención de atraer la buena fortuna. El regalo prometedor. Y que en el antiguo Egipto a quienes más regalaban era a los dioses, una ofrenda, un animal muerto, quién sabe qué otras cosas muertas, en busca de la reciprocidad. El regalo interesado. Incluso hay quienes dicen que para ciertos pueblos de Malasia y de África el gesto de regalar no era bien visto. El regalo que no.
Desde entonces hasta acá llegó el capitalismo y con las décadas el regalo de cumpleaños y el de San Valentín y el de Navidad y el de Día de Reyes y la bombacha rosa en Año Nuevo y el del Día del Niño, el Día de la Madre, el Día del Padre, el Día del Maestro, el Día del Amigo, el día de cada una de las profesiones que tienen día, la veterinaria, el abogado, la secretaria, el regalo para dar las gracias a un médico, el regalo espontáneo, ese que se hace porque sí, el regalo por compromiso, el del amigo invisible, el regalo que espera recibir un regalo, el regalo grupal porque mejor juntar más plata, el regalo egocéntrico, el de quien compra lo que le gusta, el regalo calculador para gastar lo mismo que el otro puede llegar a gastar, el regalo utilitario, ese que qué suerte que me lo regalaste porque lo precisaba, el regalo que un poco chantajea, el regalo para pedir disculpas, las flores como regalo en primavera, el regalo desinteresado, el regalo que ayuda, el regalo equivocado que hace que el receptor se enoje porque “decime por qué pensaste que esto me iba gustar”, el regalo revelado, como el que le voy a hacer a mi sobrino, el regalo a destiempo, ese que ya se creía no iba a llegar nunca, el regalo para llevar un poco de alivio, el regalo para sentirse bien uno con uno porque regalar, dicen, estimula la dopamina, el regalo empático, el regalo caro para mostrar que se tiene dinero, el regalo familiar, el regalo para afianzar el vínculo, el regalo para influenciar, el regalo para mandar un mensaje por lo bajo.
A mí me encanta regalar pero me incomoda muchísimo que me regalen. Soy capaz de hacer regalos porque sí, de hacer regalos y endeudarme, de hacer regalos a gente que no necesita regalos, de hacer regalos a gente que no se los merece, de hacer dos regalos en un mismo día. Me hace bien, me hace sentido, me da fuerza. Yo regalo y me convierto en una pequeña creadora y quién sabe, hágase mi voluntad. Yo regalo y tengo más. Pero cuando alguien me da un regalo a mí algo se desacomoda. La paridad, el nivel de amor o mi paranoia. Me siento en deuda, me avergüenzo, pierdo fuerza. Por eso siempre digo gracias, no hace falta, para qué. No es modestia. Es que no quiero más problemas.
En unos días voy a ir a comprar ropa con el mayor de mis sobrinos. Acaba de cumplir 16 años y tras años también de insistirle “Augus, ¿te regalo unas zapatillas?”, “Augus ¿querés una campera?”, y él siempre decir “no, gracias, mejor otra cosa”, este año en el jardín de su casa me dijo “tía, me vendría bien un jean, ¿vamos juntos a comprarlo?” y yo sonreí de inmediato. Me encanta comprar ropa y me encanta hacer regalos. Cuando compro y no es para mí primero no tengo culpa por haber gastado dinero y segundo me siento bien, me gusta que algo que yo hago provoque alegría en la gente que quiero. Ese poder.No es nuevo. Los regalos tienen historia en los primeros años del mundo y en todos lados. Los reportes sobre aquellos tiempos cuentan que los fenicios, por ejemplo, la civilización que vivía en lo que hoy en parte es el Líbano, cuando llegaban a un sitio que no conocían lo hacían con regalos para ganarse la confianza de quienes allí vivían. Granos, joyas. El regalo estratégico. O cuentan, también, que en ciertos pueblos de España en el siglo XIV, y antes de casarse, la novia le regalaba al novio una espada. El regalo protocolar. Además, que en la cultura romana cada vez que comenzaba un año se regalaba una moneda con la intención de atraer la buena fortuna. El regalo prometedor. Y que en el antiguo Egipto a quienes más regalaban era a los dioses, una ofrenda, un animal muerto, quién sabe qué otras cosas muertas, en busca de la reciprocidad. El regalo interesado. Incluso hay quienes dicen que para ciertos pueblos de Malasia y de África el gesto de regalar no era bien visto. El regalo que no.Desde entonces hasta acá llegó el capitalismo y con las décadas el regalo de cumpleaños y el de San Valentín y el de Navidad y el de Día de Reyes y la bombacha rosa en Año Nuevo y el del Día del Niño, el Día de la Madre, el Día del Padre, el Día del Maestro, el Día del Amigo, el día de cada una de las profesiones que tienen día, la veterinaria, el abogado, la secretaria, el regalo para dar las gracias a un médico, el regalo espontáneo, ese que se hace porque sí, el regalo por compromiso, el del amigo invisible, el regalo que espera recibir un regalo, el regalo grupal porque mejor juntar más plata, el regalo egocéntrico, el de quien compra lo que le gusta, el regalo calculador para gastar lo mismo que el otro puede llegar a gastar, el regalo utilitario, ese que qué suerte que me lo regalaste porque lo precisaba, el regalo que un poco chantajea, el regalo para pedir disculpas, las flores como regalo en primavera, el regalo desinteresado, el regalo que ayuda, el regalo equivocado que hace que el receptor se enoje porque “decime por qué pensaste que esto me iba gustar”, el regalo revelado, como el que le voy a hacer a mi sobrino, el regalo a destiempo, ese que ya se creía no iba a llegar nunca, el regalo para llevar un poco de alivio, el regalo para sentirse bien uno con uno porque regalar, dicen, estimula la dopamina, el regalo empático, el regalo caro para mostrar que se tiene dinero, el regalo familiar, el regalo para afianzar el vínculo, el regalo para influenciar, el regalo para mandar un mensaje por lo bajo.A mí me encanta regalar pero me incomoda muchísimo que me regalen. Soy capaz de hacer regalos porque sí, de hacer regalos y endeudarme, de hacer regalos a gente que no necesita regalos, de hacer regalos a gente que no se los merece, de hacer dos regalos en un mismo día. Me hace bien, me hace sentido, me da fuerza. Yo regalo y me convierto en una pequeña creadora y quién sabe, hágase mi voluntad. Yo regalo y tengo más. Pero cuando alguien me da un regalo a mí algo se desacomoda. La paridad, el nivel de amor o mi paranoia. Me siento en deuda, me avergüenzo, pierdo fuerza. Por eso siempre digo gracias, no hace falta, para qué. No es modestia. Es que no quiero más problemas. Cultura


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