Eduardo Costantini: cómo pasar de vendedor de bufandas a ser un empresario líder de la Argentina

Jorge De La Vega, Fernando Botero y Guillermo Kuitca asoman sin ninguna timidez en el luminoso living de la casa de Eduardo Costantini. A pasos del Malba y con la combinación de colores y elegancia justas, se da el marco ideal para una entrevista en la que describe momentos jamás contados de su vida. La luz entra por todos los grandes ventanales y el silencio solo se interrumpe cuando asoma Kahlo Milagro, su hija más pequeña que tuvo junto a su mujer, Elina. No le escapa a ninguna pregunta, se toma el tiempo para responder y recordar y hasta se emociona cuando se le pregunta por el lienzo en blanco que supuso su propia historia.
Las finanzas, la especulación, su primer millón, las épocas de pupilo, los éxitos y fracasos, su paso por Tower Records y cómo vivió la idea y realidad de Nordelta y Puertos, son sólo algunas escalas de un mano a mano del capítulo dos, de la cuarta temporada de Hacedores que inspiran, de LA NACION + EY.
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–¿Qué aprendiste de tu etapa de pupilo cuando ibas al colegio?
–Bueno, ahí aprendí por las malas, si se quiere. Empecé a estudiar y empecé a disciplinarme más en el colegio. Me disciplinó completamente. Fue un shock. Entonces empecé a estudiar. En segundo año mis padres me mandaron de nuevo pupilo porque había recuperado como seis materias pero no aguantaba más. Un mono me había mordido un dedo y entonces me hacían el tratamiento antirrábico. Entonces extendí los días de la inyección y cuando yo volvía a casa el fin de semana, no regresaba al colegio al punto que di libre segundo año y repetí nuevamente. Pero ya en esa etapa estudiaba y entonces cuando empezó el año yo tenía todas notas altas hasta que me recibí en quinto y fui casi abanderado. Hice el ingreso a la UCA con promedio ocho en Economía e hice toda mi carrera trabajando y estudiando. Ya tenía foco.
–Ustedes son una familia de doce hermanos…
-Trece. Más María Celina, que es como mi hermana, mi madrina, que quedó huérfana siendo muy chica y mi madre la adoptó cuando fallece su hermana. Entonces éramos 14 más mis padres y mis abuelos.
–¿Cómo fue esa infancia?
–Si bien mi madre no era tan contenedora, por eso yo fui tan rebelde. Era una persona dedicada totalmente a nosotros y al prójimo. Hacía mucha asistencia social, yendo a la Cava, llevaba una persona cardíaca al hospital, realmente muy inmanente, con mucha fuerza, gente muy honesta. Ahí aprendí los valores.
–De chico ya tenías un camino de emprendedor…
–Vos te referís a cuando yo tenía más o menos 21 años y lo que hacíamos era bufandas, comprábamos la lana, elegía los colores. Siempre me gustó la parte de creatividad, la estética ya de chico y con un tejido morley comenzó ese primer proyecto. Teníamos las bufandas y yo las iba a corretear a la calle Santa Fe en ese momento que estaban todas las boutiques. Recogía los pedidos, producía y la verdad que me fue muy bien. Así me compré mi primer auto que fue un Citröen 2CV usado.
–Luego rompiste un paradigma familiar cuando decidiste irte a estudiar al exterior…
–Yo trabajaba con mi hermano Rodolfo que es un empresario destacado y tuve un bonus con él y también especulando un poquito en los mercados, junté US$25.000, apliqué a las universidades en Inglaterra. Y si bien amo la economía y la amaba, no tenía tiempo de estudiar para tener un nueve de promedio. Trabajaba ocho horas y viajaba dos e iba a la facultad de la mañana. Entonces mi promedio estaba bien, pero no era outstanding como se dice. Apliqué a las universidades en Inglaterra y me eligió una universidad que no es de las más conocidas, que se llama University of East Anglia, que ahora sí es conocida y es la mejor en literatura. Y bueno, hice un máster ahí y yo fui uno de los dos que nos permitieron hacerlo en un año. Yo ya había estudiado cinco años de economía acá. Me recibí y regresé. con el ideal de trabajar para el gobierno. Soñaba con el Ministerio de Economía o el Banco Central. Pero ya a esa altura era padre de tres y no pagaban nada…así que tuve que recalcular.
–¿Qué pasó después?
–Entonces regresé a trabajar con mi hermano. Lloré todo un día porque yo no quería su camino y quería hacer el propio. Le había prestado el auto a mi hermano Enrique que me lo devolvió y tuve que cambiarlo. Llegué con US$8000, gasté US$4000 en el coche y al año siguiente tenía un millón de dólares.
–¿Cómo?
–Trabajé con mi hermano y me di cuenta en esa época después de Isabelita, que había una inflación elevada, ponele del 75% y las tasas de interés estaban al 30% más o menos. Mi hermano había comprado Frigorífico Rioplatense con una deuda que estaba indexada al Índice de Precios del Consumidor. Ellos estaban en la planta y la deuda le comía todas las ganancias operativas. Como no teníamos pasivos bancarios, digo por qué no hacemos un pool de créditos bancarios para pagar la deuda. Entonces yo quedé a cargo de tener los flujos de la compañía con una holding para pagar el crédito. Pero la deuda se licuó.
–Muy de la Argentina…
–La inflación subió el 350%, las tasas estaban bajísimas y entonces ahí él me dio una recompensa grande, como US$60.000 que era mucho dinero. Yo especulé en la Bolsa con bonos y acciones. Y con US$200.000 compré un terreno en el que asocié a mi hermano en un 20 por ciento. Pagamos US$240.000. En noviembre nos pagaron US$1 millón y ahí fue el despegue. Entonces ahí cuando vendí el terreno me fui de vacaciones y al regreso me independicé.
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–¿En qué universidad se aprende el olfato de los negocios?
–En la calle. En la universidad aprendés la técnica, te da las herramientas, te da el oficio, es como como el artista. Un artista puede tener toda la técnica, pero tal vez no tenga la magia, no vibre. Como el cantante. Pasa en todos los órdenes de la vida. Yo me entrené de chico, me entrené con mi padre, con Rodolfo y tuve logros muy importantes. El más importante en términos monetarios es el del Banco Francés.
–Usás mucho la palabra especular que a veces tiene una connotación…
–Peyorativa.
–¿Qué es especular?
–Bueno, para mí especular es comprar un activo para hacer una ganancia rápida que aumente de valor, venderlo e incrementar tu capital.
–Entonces tiene una connotación negativa para algunos, ¿por qué no para vos?
–Porque en realidad uno habla de la cultura del trabajo, del hacer, de transformar, de tener sensibilidad social, de tener una mirada holística. Vos al especular, en realidad lo que buscas, como te estoy diciendo, es obtener un beneficio propio a través del aumento de algo que vos compraste que crees que va a subir. Yo me dedicaba en realidad a eso. También era empresario, en el sentido que yo empecé como agente de bolsa y agente de extrabursátil y tenía unas 30 personas. La gente confiaba mucho en nosotros. Yo ya tenía capital. Cuando yo digo especular es con capital propio. Entonces la gente confiaba mucho en nosotros. Nosotros nunca hicimos locuras y teníamos muy buena rentabilidad. Entonces yo iba aumentando mi patrimonio y en el año 1985 todo el mundo estaba con el dólar y las empresas no valían nada. Ese año, el Banco Francés valía US$4 millones por Bolsa y en el año 87 valía US$10. Yo compré dos veces. Toda la bolsa cae, y yo invierto el 15% de mi patrimonio. Puse US$1 millón y compré el 10% del Banco Francés que a valor libro valía US$40 millones por bolsa y ganaba US$5 millones cada doce meses.
–Y Terrabusi…
-Tenía US$10 millones de caja, la fábrica, la red de distribución, las marcas y valía US$10 millones sin deuda. Y yo compré el 12% de Terrabusi y era el segundo accionista más importante de la compañía. Pero el Banco Francés me recibió mejor. Me comí la hiper de Alfonsín. Hasta quería haber vendido las acciones pero no tenía liquidez. Viene Cavallo y entonces la Argentina empieza a subir los valores de las acciones. Ya el banco igual se había defendido muy bien y en el comienzo de 1991 el banco valía US$154 millones, lo que equiparó al valor de Bolsa. Con los Otero Monsegur quedamos que compre acciones a valor equivalente de US$154 millones y subí mi tenencia al 20% del banco. Me convertí en vicepresidente del banco, que era el mejor banco administrado de la Argentina, y me acuerdo que el Pibe Otero, que era el padre de Luis Roque, tenía como 80 años me preguntó por qué comprás a este valor el banco.
–¿Qué le respondiste?
–Le dije: Yo creo que este banco tal vez en cuatro o cinco años puede llegar a valer US$500 millones. Y aparte, yo quiero ser banquero por vocación y al año siguiente el banco llegó US$1300 millones. Yo vendí en 1994 antes del Efecto Tequila.O sea, lo vendí a un equivalente de US$1000 millones y cobré US$200 millones.
–Hay negocios que salen bien y otros que a veces no salen como uno espera. ¿Qué experiencia te dio Tower Records?
–Yo tuve distintos proyectos que no funcionaron bien. En el caso de Tower en definitiva me pude desprender y sin ninguna pérdida significativa del capital porque era un local alquilado. Pero no se dio el plan original y me salí. Me pasó lo mismo con un edificio en la calle Parera, que vino la suba de tasas, la baja de ventas y me asusté. No me gustaba tampoco el plano como era y logré vender en el pozo y salir empatado. Tuve una agencia de publicidad, por ejemplo, que me enseñó mucho.
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–Mirando en retrospectiva. ¿Cómo fue el origen del modo desarrollador?
–Comenzó en el 91, que comenzó primero con una inversión que hice con el banco y tenía sus riesgos. Ahí compré un terreno grande en Catalinas y le ofrecí al Banco Francés si me quería acompañar. Se sumaron con un 50% en la primera torre de Catalinas. Era un terreno de US$18 millones y terminamos con una torre que valía más o menos US$45 millones. El negocio máximo era tener liquidez. La Argentina es cíclica y a veces ciclotímica. Siempre es igual. Yo lo que sabía bastante bien era el diagnóstico de la Argentina, era como muy científico en calibrar el riesgo país.
–¿Entonces?
–Vos veías como un programa económico empezaba a tener debilidades y fracasos, entonces yo empezaba a disminuir mi posición a punto tal que me pasaba todo a dólares. Era como un inversor extranjero, de ahí que parte de mí odiaba eso. Después venía la crisis, cambiaba por el gobierno, venía un nuevo ministro de Economía, subía todo, o sea, caía el dólar, subían las propiedades, subía la bolsa, subían los bonos, invertía todo y entonces empezaba a juntar de nuevo. Y bueno, yo dije quiero salirme de eso. No quiero ser una cuenta corriente. Quiero ser una persona que hace cosas, que está en la economía real. Y ahí fue cuando como desarrollador, en la década del ’90, conocí a Julián Astolfoni. En 1998 empezamos Nordelta y en 2000 nos pegaron un cachetazo con la crisis de fines de 2001. No me arrepiento. O sea, yo soy un hacedor. Compro cosas y armo empresas. Y eso es lo que lo que me mueve hoy, poder expresar mi creatividad en todo lo que hago.
–¿Eso es lo que te divierte?
–Totalmente. Busco tener una mirada de largo plazo sobre un proyecto, construirlo, tratar de darle valor, continuidad, sentido, coherencia, consistencia. como en el caso del Malba. Yo empecé a coleccionar arte hace 50 años. Conocí a Ricardo Esteves, que fue mi mentor hace 40 años.
–Las finanzas te atravesaron toda la vida…
–De chico sigo la macro mundial, la Argentina y las finanzas y siempre invertí el capital. Ahora mismo hemos fusionado dos empresas: Consultatio Asset Management y TPCG, son dos empresas que tienen el mismo tamaño. Ahora somos unas 170 personas y la hemos denominado One618 -nombre que surge de una secuencia de Fibonacci-. También tenemos operaciones en Uruguay y aparte tenemos una administradora de fondos que es la cuarta no bancaria por tamaño.
–¿Nordelta superó tu sueño inicial?
–Ahora tengo la vivencia en Nordelta cuando voy. Antes era una idea, un proyecto. Incluso nosotros pensábamos que podíamos llegar a albergar a unas 100.000 personas. O sea, en abstracto teníamos la envergadura de Nordelta, la visualizábamos.
–Y el proyecto Puertos, ¿cómo surge?
–Se acercó un señor con 1300 hectáreas a diez kilómetros de Nordelta pegados a la Panamericana y me había ido tan bien Nordelta que era como patear al arco un penal sin arquero. Son proyectos gigantes que siempre tienen inconvenientes a 30 o 40 años pero conceptualmente era lo mismo.
–Dos últimas preguntas, si vos tuvieras que iniciar el cuento de tu vida, ¿cómo arranca?
–Tuve una conducta, tuve una pasión y una aspiración.
–Esa es la primera página. La página final, cómo la escribimos …
–Continuaría haciendo cosas y dándole consistencia a mi vida.
–Y si hay que ponerle un título a ese libro, ¿cuál es?
–Mi vida.
Su infancia, su primer US$1 millón, la independencia del mandato familiar, cómo creó Nordelta y Puertos y cuáles fueron sus éxitos y fracasos son sólo una parte de esta entrevista de “Hacedores que inspiran”, de LA NACION + EY Negocios
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