Silvio Rodríguez en el Movistar Arena: una reunión íntima de amigos, más que un recital

Nostalgia, cabezas que asentían, caricias, miradas cómplices, aplausos de pie y alguna que otra lágrima. La primera fecha de Silvio Rodríguez en el Movistar Arena de Buenos Aires estuvo más cerca de una reunión íntima entre amigos de años, de los que se conocen y se quieren, que de la estructura esperable en un recital. Será porque hacía tiempo que al cubano no se lo veía por acá (la última vez fue hace siete años), será porque el repertorio evitó estructuras y convenciones de lo que “hay que tocar” y lo que no; o quizás, porque el devenir de este presente, vuelve imprescindible la necesidad de una comunión entre pares. Que sin edad, ni religión, y con banderas, piensan, sienten, viven, y se entienden con una mirada.
El poderoso y renovado sortilegio entre el cubano y el público argentino comenzó bastante antes de que este llegara al escenario. A modo de prólogo, la exquisita Paula Ferré tiñó las plateas, todavía famélicas del Movistar Arena, de todo su arte. Silvio no pudo haber elegido un mejor preludio que la voz y arte de Ferré, que se adueñó del espacio y recibió las primeras ovaciones de pie de la noche.
Así vivimos la primera noche de Silvio Rodríguez en el Arena 🫶🏽✨ pic.twitter.com/fIBaGv3MJX
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Nueve minutos después de la hora anunciada, Silvio y su banda se ubicaron en sus puestos, lugar del que prácticamente no se moverían las siguientes dos horas. El artista abrió la noche con “Ala de colibrí”, composición de mediados de la década del 90, que acompañó con palabras de José Martí: “Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria. Los hombres han de vivir en el goce pacífico, natural e inevitable de la libertad, como viven en el goce del aire y de la luz. Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”. Música y poesía, una conjunción que sería una constante el resto del concierto.
“Sueño con serpientes”, “Virgen de Occidente”, “Viene la cosa” (que tiene la particularidad de aparecer en sus dos últimos discos, en formato acústico y con banda), “La bondad y su reverso”, “Pequeña Serenata Diurna”, el primer segmento del concierto viajaba del presente al pasado, frente a un público subyugado, concentrado en sí mismo y en lo que estaba viendo. Algunos cantaban en voz baja, otros simplemente se dejaban llevar por esos temas, que forman parte de su pasado y presente.
A pesar de acusar un catarro rebelde, por el que pidió disculpas, Silvio mantuvo la performance de sus últimos años. Con una voz que acusa presencia y solidez, y que se acurruca en las melodías con comodidad a pesar de mínimos contratiempos vocales. El resto se apoya en arreglos hechos a la medida de una banda, que tuvo en la fecha del sábado, una de sus mejores noches.
Llegó el Trovador al Arena 🎸🇨🇺🫶🏻 pic.twitter.com/eEDf9dcUTH
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Cuando promediando la primera hora llegó el momento de que la música y sus ejecutantes se tomaran un descanso, en el escenario continuó viva la poesía con la presencia de Jorge Boccanera: “Silvio dice que es sencillamente un trovador, pero es un poeta también. Es un poeta que dijo: ‘Te doy una canción’, y ese mismo discurso nos dio mucho más. Nos dio una obra portentosa, una obra con mucha imaginación. Nos entregó los sueños, una idea de la dignidad compartida. Por eso siempre digo que su obra apuesta a una vida plena”. Inmediatamente después, el bahiense ofreció una selección de sus poemas, varios de ellos escritos en su exilio en México durante la dictadura.
El regreso de Silvio continuó con la estela de homenajes a poetas musicales con “Créeme”, de Vicente Feliú; “Te perdono”, de Noel Nicola; y “Yolanda”, de Pablo Milanés. Que fuera un set solo pensado para el artista, Niurka Gónzalez y Malva Rodríguez González, le aportó un plus de emoción. La imagen era la de una familia, que abría la puerta de la intimidad de su arte, a más de diez mil personas, que recibieron el regalo que se les brindaba, con igual dosis de emoción y respeto.
Enseguida, y con ese aura de intimidad que sobrevoló todo el concierto, se sucedieron un puñado de clásicos que, de una manera u otra, delinean el estilo e historia del cantautor. “Más porvenir” -con sensible recuerdo a José “Pepe” Mujica, inspiración de la letra-, “Eva”, “Canción del Elegido”, “Quién fuera” (estos dos últimos, recibidos efusivamente de pie), entre otras canciones clave de su repertorio.
En medio, Silvio aprovechó para recuperar el poema “Halt!”, de Luis Rogelio Nogueras, como crítico puente entre presente y pasado: “Pienso en ustedes, judíos de Jerusalén y Jericó. Pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sión, que estupefactos, desnudos, ateridos, cantaron la hatikvah en las cámaras de gas. Pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso camino desde las colinas de Judea hasta los campos de concentración del Tercer Reich. Pienso en ustedes, y no acierto a comprender cómo olvidaron tan pronto el vaho del infierno”.
La noche cerró con un Silvio Rodríguez visiblemente cansado, dos bises que apuntaron directo a la memoria emotiva: “Historia de la silla” y “Rabo de nube”, y un artista agradeciendo los aplausos con una mano en el corazón.
Difícil describir lo vivido, y que aquel que no estuvo entienda la mezcla de emociones. Quizás pueda ejemplificarse con el consuelo de una hija, abrazada a una madre que no paraba de llorar. En tantos años de escucharlo, de cantarlo, de sentirlo dentro de ella, era la primera vez que lo había visto en vivo, abrazada a su hija adolescente, que estaba igualmente conmovida. La noche había terminado, y la magia se había producido. Y así seguirá, mientras floten susurros y canciones en el viento.
El cantante presentó su primera fecha en el estadio de Villa Crespo con un repertorio de sus mejores éxitos y sorpresas para los fanáticos Música
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