Marcos Carnevale: “Cuando hay un pueblo mal educado nada funciona, por más que tengamos la mejor economía del mundo”

Al igual que los numerosos spots que realizó en sus comienzos como publicitario, las ficciones televisivas, cinematográficas y teatrales en las que participa como autor, productor o director se convierten rápidamente en una marca reconocida. Aquellos grandes éxitos de Pol-ka, como Padre coraje, Hombres de honor o Valientes llevan su firma, lo mismo que las películas Elsa y Fred, Corazón de León y No soy tu mami, entre tantas otras que oscilan desde la exploración de temas muy personales hasta producciones que buscan el entretenimiento masivo. Ahora, Marcos Carnevale recoge aplausos como director de la adaptación teatral La cena de los tontos.
-¿Cuándo sentiste por primera vez que estabas creando algo tuyo, algo personal?
-No me quiero poner místico, pero es algo que ya viene en mi ADN. Yo nací en un pueblo muy pequeñito de la provincia de Córdoba, se llama Inriville, un pueblito de 4000 personas, y ahí nunca hubo referentes artísticos de ningún tipo, ni en la familia, ni en el pueblo, más que el fotógrafo socialero. Y tuve una infancia muy Cinema Paradiso en el cine del pueblo. El dueño del cine era como Messi para mí. Yo quería hacer eso. Me fascinaba, veía las películas el sábado y el domingo volvía a ver las mismas, pero mirando hacia atrás, hacia el haz de luz de la proyección, y después él me dejaba entrar a la cabina y yo veía los proyectores y el celuloide y recuerdo esos olores del celuloide, del carbón. Mis viejos me compraron una Super 8 y empecé a hacer cortos a los 9 años.
-Bueno, ahí existe un punto de partida.
-Es algo que traigo. Hay un hecho muy loco: un día tomando mate con mi vieja, le digo: “Escuchame, tiene que haber una razón, tiene que haber alguna semilla que entró ahí en algún momento.” Y me dijo: “Mirá, lo único que se me ocurre es que el día que naciste yo empecé con contracciones, eran las 10 de la noche y tu padre me llevó a la única clínica del pueblo, pero el médico no estaba, ¿en dónde estaba?, en el cine”. Y mi papá tuvo que sacarlo de la película que estaba viendo para hacerme nacer.
-¿Qué enseñanzas te dejó la publicidad?
-Entré a la publicidad porque el cine en ese momento era tan difícil como hoy. Fue una necesidad. Y ahí tuve grandes maestros. Trabajé con los grandes publicitarios de ese momento, uno de ellos es Jorge Vázquez, que me enseñó a escribir, me enseñó a pensar y me enseñó lo que yo de llamo “la zona”. La zona es un lugar donde uno entra y ya no piensa. Es como un metapensamiento, lo voy a explicar porque es medio complejo; escribir a mí me llevó unos cuantos años, era darle, darle, darle, hasta que un día, pum, entré a la zona. Y la zona es un lugar medio único en el que yo visualizo, entre comillas, las escenas, los personajes, los escucho y copio. Es hermoso, es como meditar. La zona es un lugar divino.
-¿Cuáles son los temas que más te interesan?
-Me interesan el amor y la muerte. El amor en el sentido no solo del amor romántico. Siempre estoy filmando a los diferentes. En Corazón de León, por ejemplo, filmo un enano, en Anita a una chica con síndrome de Down, en Inseperables a un señor parapléjico. Siempre estoy filmando lo que la gente señala como diferente y no integra. Eso es amor para mí, es integrar. Yo mismo soy un diferente. A todo nivel soy un diferente. Mirá, cuando me casé vino el rector de la secundaria de mi pueblo y se mandó un discurso medio cargadito, dijo algo que me shockeó, me dijo “la culpa no fue de los que te veían diferente, la culpa fue tuya por nacer diferente”. Estamos hablando del ámbito de mi pueblo, diferente en el sentido que quería hacer cine y todos eran dentistas, arquitectos, “normales”, entre comillas. Diferente, además, porque siempre me gustaron los chicos y las chicas. Diferente porque siempre me cuestionaba todo. Me casé con una mujer divina, ahora vivo con un chico divino, adopté hijos, quise hacer cine, lo logré, no fui arquitecto, ni médico, ni nada “normal”.
-Ya llevás realizadas 20 películas y todas muy exitosas, populares. ¿Cuál es el secreto?
-Ninguno. Es como querer tener carisma, no lo aprendés en ninguna escuela. Da la casualidad que lo que me gusta hacer y contar le gusta también a mucha gente. Nunca fui un creador de los impostados, de decir “soy un snob, soy un intelectual”.
-No te interesa la intelectualidad del cine.
-Me interesa mucho el ser humano y me gusta que las películas, más allá de entretener, que es el objetivo, sirvan para algo más, sean útiles, que vos digas “ah, esto lo vi toda mi vida y nunca lo había entendido así”. Por ejemplo, Corazón de León habla de un diferente, es alguien que mide 40 centímetros menos que lo “normal”. A algún boludo se le ocurrió que había que medir 1,80 si sos varón, de ahí para arriba. Con un 1,70 ya estás en problemas. Es así. Recuerdo algo que me dijo Susana Giménez, cuando hicimos Esa maldita costilla. Esa película fue un éxito y le debo mucho a Susana, fue un despegue para mí. En ese momento, mucha gente que estaba alrededor mío, amigos, se sintieron medio como que yo me salía de la normalidad, y se alejaron. Entonces, muy angustiado le digo a Susana lo que me estaba pasando y me dijo “bienvenido a este mundo”, porque somos poquitos, somos los que estamos de este lado de la pantalla y el resto son los que pagan la entrada. Me dijo: “sos diferente, bancátela”. Y ser diferente hace que te sientas solo. Es un lugar de soledad.
-¿Cómo te llevás con los actores, hay momentos de tensión?
-Yo trabajo desde hace tiempo con el mismo equipo técnico, son mi familia, me siento en mi hogar, muy contenido. Soy muy italiano, ¿viste?, emociones intensas. Mis películas son como soy yo, no hay nada impostado ahí. Necesito afecto, abrazo a todo el mundo y pido abrazos y pregunto si me quieren. Soy un homeless emocional. Y a los actores los amo, y ellos a mí, tengo grandes amigos actores. Bueno, son bichos distintos, ¿viste?, son actores. Hay un problema que tienen algunos directores que creen que los actores son todos iguales. Pero son todos distintos, hay actores racionales, emocionales, con baja autoestima, y estoy hablando de gente muy famosa, ¿eh?
-A mí me encanta ir al cine, es como un ritual, pero ahora se ve un cambio, la gente opta por prender el televisor y ver una película en su casa. ¿Cuál es tu opinión?
-El cine para mí siempre fue un templo, ese cine de la infancia era el lugar de reunión de mucha gente. La globalización y todos estos cambios generan que, por ejemplo, Granizo se haya visto como en cien países, 240 millones de personas, es inimaginable la cifra. Me llega el número y me regocija. La globalización y el streaming hicieron que las películas tengan mayor alcance, pero te perdés la magia de lo analógico, te perdés la magia del estar y de escuchar a la gente. Yo creo que la pandemia fue como una gran metáfora de cómo va a ser el mundo. Me parece que con todos estos cambios vamos a estar medio aislados, no va a ser tan fácil salir a la calle, el uso de los teléfonos, cómo la gente virtualizó las relaciones y ya no se ven tanto de modo presencial. Yo veo mis hijos cómo se relacionan y yo todavía necesito el mirarnos a los ojos y ellos no. A veces están en su cuarto y me dicen a qué hora comemos, pero por whatsapp.
-Simón y Cristóbal son tus hijos adoptivos. ¿Por qué decidiste adoptar?
-Con Lily [Ann Martin] intentamos tener hijos. Ella es guionista, también viene del palo de la publicidad y siempre me acompañó, y de pronto pintó la idea de tener un hijo. Y bueno, teníamos una incompatibilidad genética y empezamos con los típicos tratamientos, y me parecía todo tan chino, ¿viste?, y digo ¿por qué no vamos por algo más simple? Hay un montón de chicos que necesitan papás y mamás y familias y están ahí esperando, vamos ahí. Y así llegaron Simón y Cristóbal. Una gran decisión.
-¿Cómo recordás aquella época en donde hacías grandes ficciones televisivas, como Padre Coraje, Soy gitano, Mujeres asesinas. ¿Cómo viviste esa época?
-Sí, junto a Adrián Suar, que es como un hermano para mí. Estuvimos haciendo todo eso durante más de 20 años. Agarré la mejor época de la televisión, cuando un programa medía 30 puntos, alucinante. Fue como un crossfit creativo. Adrián tiene un poco mi impronta en el sentido de que somos hiperactivos y muy curiosos, muy arriesgados también. Fue divina esa época.
-Hoy hay chistes que no se pueden hacer, hay críticas que no se pueden hacer, hay cosas que no se pueden decir, porque se asume el riesgo de la cancelación. ¿Cómo te llevás con esta transformación del mundo?
-Yo estoy muy de acuerdo con el respeto. Yo respeto absolutamente todo. Cuando llego al primer día de una película siempre pregunto si alguien quiere ser tratado de un modo en que normalmente no sería tratado. Y si me dicen “yo me autopercibo vaso”, te trato de vaso toda la película. El respeto por encima de todo. Pero cuando hacés comedia, hay que saber que la comedia siempre se ríe del incorrecto, siempre está en el lugar incorrecto, siempre se está burlando de algo. Entonces, a veces también creo que toda esta nueva ola está un poco excedida. Hay momentos que no podés trabajar ningún conflicto porque todo es incorrecto. De modo que muchas veces trato de trabajar lo incorrecto, pero mostrándolo como que yo no estoy avalando eso. Te estoy mostrando cómo lo incorrecto daña o hace mal. El fundamentalismo hace que si quisieras contar hoy la vida de [el dictador Jorge Rafael] Videla, y lo vas a mostrar como que fue alguien que hizo cosas que no había que hacer, por el solo hecho de filmarla te pueden llegar a decir que sos un facho. Hay un exceso. También pasa algo con las redes, antes la gente no tenía voz y hoy cualquiera tiene voz, pero no cualquiera puede hablar.
-¿Qué desafíos implica filmar hoy en la Argentina, con una mirada del cine desde el poder que tiene que ver con una desvalorización?
-Yo creo que la cultura es tan importante como la economía, a ese nivel. Porque la cultura tiene que ver con la educación de un pueblo y la educación hace que seamos las personas que somos, y cuando hay un pueblo mal educado nada funciona, por más que tengamos la mejor economía del mundo. Y creo que hay un descuido muy grande en ese sentido, hoy, en Argentina. De todas maneras, históricamente la cultura también ha sido utilizada para hacer cosas indebidas, para malversar fondos. La cultura necesita de apoyo, pero también tengo que decirte, porque lo he visto, que muchas veces los fondos fueron mal utilizados en artistas, en películas que fueron mal hechas, porque hay gente calificada para para hacer cine y hay gente que no. Hubo un momento que cualquiera filmaba una película, cualquiera actuaba, cualquiera dirigía, cualquiera escribía, y no debió ser así.
-El filósofo Walter Benjamin decía que una obra de arte tiene una cualidad irrepetible, que tiene que ver con el contexto, con el momento en que se hace, que no puede ser copiada. ¿Dónde sentís que está la unicidad en tu obra, eso único, el aura?
-En mí mismo, creo. Las obras deben tener aura o alma. Hay obras que están desalmadas, y te das cuenta porque no te pasa nada; son bellas, a veces están bien filmadas, pero no te pasa nada. Y hay otras que son muy simples, y son potentes y te llegan y te conmueven y te pasan cosas porque tienen alma. La inteligencia artificial nunca va a lograr eso. Porque la inteligencia artificial trabaja sobre la formalidad de las cosas. Puede reproducir imágenes hermosas, va a sacar de acá, de allá y va a armar un Frankenstein divino con el sonido, con la imagen, pero nunca va a tener alma. El alma no se puede emular. No se puede armar de a pedacitos. El alma no se fabrica. Yo cuando pienso una historia para filmar veo si me vibra realmente, si le veo la lucecita, ese pequeño embrión. El alma es fundamental y tiene que ver con el cómo más que con el qué. Tiene que ver cómo vos la vas a contar, desde dónde la vas a contar.
Tan prolífico como versátil, Marcos Carnevale nos abre las puertas de su exitoso universo creativo Videos
Leave a Comment