Iggy Pop eterno, el patriarca del punk rock volvió a conquistar al público argentino

El chaleco dura lo que un suspiro. Apenas se arrima al micrófono, Iggy Pop se lo saca y lo revolea para que un asistente lo recoja. Así, la piel de la “iguana” queda al descubierto. Sin esa voz cavernosa, sin el lacio de la cabellera, sin ese esqueleto y sus fibras no sería Iggy Pop. Y lo que está allí, sobre el escenario, plantado como un tótem que tiene movimiento, es ni más ni menos que aquello que fue, aquello que es (hoy y por estos días, con el show de Buenos Aires) y lo que será en sus próximos conciertos. Porque si hay algo que tiene ese señor de 78 años es que no parece, al menos en escena, un guerrero en retirada si por esto se entiende a todo aquel músico que pasados los setenta largos planea su gira de despedida o, sin decir nada, permite que aquellos que promueven sus shows se tomen el trabajo de venderlos como “última gira”.
En cambio, Iggy potencia aquella estética punky y la consigna (tan atemporal como extemporánea) de un no future, que hoy y en este caso no se ve como una falta de perspectiva sino como un eterno presente. Esta es una nueva visita a un país en donde ha cantado media docena de veces, desde su debut en 1988 (incluyendo sus dos “revivals Stooges”). Casi una década pasó desde que se lo vio por última vez en estas calles. Para él, las marcas crecieron en el cuerpo, ese que expone como un interminable gesto fetichista; para el público (además del lógico paso de los años) la década de espera es alimento para la nostalgia y sirve para que luego llegue la catarsis en un concierto.
El estadio lleno; el campo atestado de gente de pie. Los más jóvenes adelante, en estado de marea; van y vienen. En el segundo compás del primer tema vuela el primer vaso de cerveza. De atrás hacia adelante. En la retaguardia están los valientes de batallas pretéritas, que no entran en el fragor, pero tampoco abandonan los recitales para resignarse a verlos por televisión, cada vez que un servicio de streaming lo ofrecen entre sus promociones.
En los parlantes “TV. Eye” abre el juego y, enseguida, como una ráfaga, salen “Raw Power” y “I Got a Right”, ese que hace que la marea que empezó como oleaje se convierta en pogo. Sobre el escenario lo que franquea al cantante es su cuarteto de rock (batería, guitarras y bajo) mas un teclado y una mini sección de vientos de trombón y trompeta.
Del amplificador de la guitarrista de la banda cuelga una camiseta de la Selección Argentina con la número 10. Y habrá otra reservada para que el protagonista de la noche se la ponga al momento de los bises y muestre que también lleva la número 10 y que el nombre de ese gran jugador, según se puede leer, es ni más ni menos que Iggy Pop.
No son los únicos guiños de este show porque instantes antes de que grupo subieran al escenario sonó “Libertango”, de Piazzolla, a modo de antesala al vivo. Casi una cortesía, aunque sin despertar pasiones.
Porque lo cierto es que, para pasiones, en este recital están esos títulos grabados a fuego que el público celebra con las venas marcadas en el cuello. “The Passenger” , “Lust for Life”, o “I Wanna Be Your Dog”. Entonces Iggy, que además es estandarte de su propia tribu, se mete entre el público, lidera la declamación machacante del coro. “Now I Wanna Be Your Dog…” y luego es rescatado del gentío por dos asistentes.
La fiesta continúa con una docena de temas más, la mayoría de la era Stooges, alternada con canciones de otras épocas. Sin pausas, sin cambios de climas notorios, a menos que ciertas canciones así lo indiquen. Iggy Pop es lo que se puede esperar de él y lo que él quiere esperar del público. Por eso lo convoca y espera sus reacciones mientras camina el escenario. De sus viejas heridas de enfermedades y accidentes (incluso de su pierna más corta) ha logrado imponer una pose, una manera de plantarse en escena que durante décadas mezcló arrogancia y desparpajo.
En este show viaja en el tiempo, habla de ser joven en los setenta como preludio del huracán que se levanta con el tema “1970”. Luego se apacigua con canciones como “Some Weird Sin”, pero, en general, domina el punk rock. Así entrará en la recta final, para la que tiene guardada piezas como “Real Wild Child” o el cover ” Louie Louie”. También habrá un invitado: Gaspar Benegas, guitarrista de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.
Serán fútiles las comparaciones con otras épocas, con otros recitales de los que ha dado en Buenos Aires, desde la primera vez que vino. Porque, en definitiva, no pretende ser el joven que atraviesa tendencias y excesos sino aquello a lo que no quiere renunciar, siendo hoy un añoso y vital patriarca del punk rock.
Con sus 78 años, repasó sus grandes éxitos en el Movistar Arena Música
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