Inglaterra contra los Pumas: estrategia, táctica, déjà vu y ese apellido que ya es una pesadilla

Nunca un partido puede ser entendido por un resumen de esos que vemos en internet. Las jugadas que muestran son solo el coletazo de acciones que empezaron mucho antes. La mejor manera de entender un partido es observar los momentos de quiebre y esos suceden generalmente en situaciones que no aparecen en los registros que buscan clics de internet.
El juego de rugby es tan mental como el Go, ese juego de estrategia surgido en China hace 2500 años en el que dos oponentes disputan el territorio de una cuadrícula colocando piedras en las intersecciones. Podríamos decir que es como un ajedrez, pero según los expertos es muchísimo mas complejo. Volviendo al rugby: lo que va pasando en el juego, es decir, los aciertos, las secuencias bien construidas, y también los errores y las oportunidades perdidas, son dardos a las mentes de los intérpretes.
“Estrategia” es una palabra un poco confusa en nuestro lenguaje: algunos la confunden con “táctica”. La estrategia tiene que ver con un impacto deseado, con la creación de un estado que no existe en el presente. La táctica es la manera de llegar a ello. En este juego tanto mental como de dominio territorial del que hablamos, algunas tácticas parecen no hacer mella en el desarrollo. Incluso algunas tácticas llamativas hacen creer al espectador que un equipo, por haber hecho más, es el que domina. Menos puede ser más, y eso puede ser propiamente una estrategia.
Compacto de Argentina 12 vs. Inglaterra 35
En el primer tiempo Inglaterra parecía ser dominada por los Pumas. En el análisis frío y numérico podríamos aceptar esa hipótesis: los argentinos llegaron en cinco ocasiones a la zona de 22 metros, el último bastión territorial, y en ninguna consiguieron puntos, ya fuera por pérdidas de posesión en el contacto o porque los portadores de la pelota no lograban apoyar la pelota en el in-goal, algo que pasó dos veces. Por otro lado, los Pumas tenían quiebres. En dos ocasiones el wing derecho Rodrigo Isgró penetró la defensa inglesa. Su habilidad para ponerse de pie rápidamente (quizás una de las destrezas fundamentales del rugby moderno) le permitió participar nuevamente en la acción y volver a quebrar. En esa secuencia, los Pumas no llegaron a marcar, como tampoco en otras cuatro, que se sumaron a las cinco del primer tiempo mencionadas.
Para agregar argumentos en favor de la hipótesis del dominio argentino podemos contar la excesiva cantidad de penales concedidos por los visitantes. Tantos fueron que el árbitro australiano Angus Gardner amonestó al segunda línea Alex Coles primero y unos minutos más tarde al centro Seb Atkinson. Inglaterra, con 13, llegó a mantener inmaculado su in-goal, y lo hizo hasta el final de la primera parte.
Mas datos fríos pero concretos: los ingleses fueron eficaces porque de nueve oportunidades de marcar fallaron en apenas dos. De esas, tres fueron penales desde fuera de los 22 metros. Es decir, atacaron poco pero muy bien.
Su defensa fue agresiva, dura, pero no el motivo por el cual los Pumas cometieron tantos errores en el manejo. De todos modos, sí podemos decir que obligó por momentos a los conductores argentinos a desprenderse de la pelota utilizando el pie. Los cajones de Gonzalo Bertranou en general tomaron bien parados a los jugadores del fondo, excepto en una ocasión, en la que un kick un poco más corto fue una buena forma de desordenar al equipo entrenado por Steve Borthwick y así volver a romper por medio de Isgró, en su tercer quiebre. Tampoco Santiago Carreras encontraba espacios lanzando el juego hacia afuera, donde por momentos las acciones encontraban a los atacantes en igualdad numérica y sin espacio para avanzar. La variante del pie buscando cruzado a un wing no le dio resultado.
La posesión y el territorio fueron mayormente de los Pumas y la fuente de lanzamiento principal fue el line-out, en el que, en lugar de jugar de manera agrupada, lanzaron directamente hacia los tres cuartos. En una de esas maniobras, Justo Piccardo quebró limpio, pero la acción terminó nuevamente en pérdida de posesión en los 22 ajenos. A los Pumas les faltó un poco de velocidad en algunos puntos de contacto en los que el juego se hizo lento.
Inglaterra me hizo recordar a esos pescadores que pueden pasar horas en el agua y van de una manera cauta eligiendo dónde tirarán el anzuelo. Parecía estudiar el panorama. Hacía poco, como siguiendo una estrategia. Sin perder la calma, incluso hasta jugando con la situación de los múltiples penales cedidos. Por ejemplo, cuando Gardner llamó al capitán Jaimie George para explicarle una infracción en la cual el que había intentado recuperar la pelota estaba en una posición incorrecta, algo que el inglés –se notaba– ya conocía: en un continuo pero amable interrogatorio al árbitro, el hooker consiguió bajar las pulsaciones de sus compañeros.
Se sabía que los Pumas iban a querer ser los protagonistas principales. No por estar quintos en el ranking, un puesto por encima de los visitantes. Tampoco por la victoria en Dublín sobre British & Irish Lions. Esas cosas no entran a la cancha; todo aquél que jugó al rugby lo sabe. Iban a querer ser los protagonistas centrales porque nunca a un equipo inglés se puede darle la iniciativa. Porque la manera de ganarle, como en Twickenham en el 2022, es salir a ocupar territorio. La manera es avanzar y con tanta presión que los haga retroceder. Si Inglaterra no retrocede, difícilmente se vaya del campo de juego con un marcador adverso.
Ese pescador paciente que era Inglaterra tuvo su primera posibilidad de meterse en campo ajeno a los 19 minutos. Lo hizo a través del uso del pie en una acción en que la presión a Benjamín Elizalde forzó un line-out en su favor. La obtención y un par de fases ubicaron el juego un poco a la izquierda de los postes y por fuera de los 22 metros, desde donde George Ford eligió ejecutar un drop que pareció un déjà vu. En realidad, todos esos minutos parecían una repetición del partido que vienen jugando en los últimos años ambos equipos, en los que Inglaterra tiene un jugador menos, los Pumas no terminan de consolidarse ni ganar en el contacto y Ford efectúa drops al infinito.
Ocho minutos más tarde los británicos mostraron cómo podían jugar. Hicieron un line con falso maul y un pase al centro de la cancha, donde el octavo Tom Willis ganó en el contacto. A partir de ese primer contacto ganado Ben Spencer buscaba a Ford, que tenía apoyos bien ubicados para seguir metiéndose en la defensa argentina. En un cambio de frente entró Will Muir, potente wing del último campeón, Bath, y también ganó terreno. Esa acción se frustró solamente por un error de manejo.
Podríamos decir que nada más pasó en ese primer tiempo. Que lo interesante vino en los primeros diez minutos del segundo. Pero volvamos a pensar en términos estratégicos, en lo que construye un escenario, y vamos a entender que en esas cinco chances en que los Pumas no anotaron se generó un punto de tensión. Una tensión que iba a desembocar en un comienzo letal del segundo período.
Al minuto una mala salida con el pie le dio un line a Inglaterra, que eligió nuevamente agrupar a sus forwards en un falso maul, intentando también agrupar a los rivales. Por supuesto, generó dos opciones: avanzar de esa forma, y lanzar la pelota a un corredor potente en el centro de la cancha. La elección fue la segunda y la defensa argentina pasó a quedar parada sobre sus talones, algo que permitió que Ford, ya con el cuerpo hacia adelante, lanzado como los corredores de postas, fuera a buscar la pelota de Spencer. Como si dispusiera de un menú de restaurante, el apertura de las pesadillas del rugby argentino tenía entrando a su derecha a dos jugadores que buscaban un espacio, y con ello, deteniendo a los defensores de los Pumas. Me pregunto si Ford, que habilitó entonces a Freddie Steward con un salteo para el try, aconsejó a la Brujita Verón en la construcción de ese estadio, el Uno. Porque está hecho a su medida, tal vez por los colores de las tribunas –los de Inglaterra–: la cancha donde se sentía comodísimo parece suya.
Se dice que después de marcar puntos un equipo debe confirmarlos recibiendo el saque posterior y saliendo de su propio campo. Se puede decir algo similar del equipo que recibe los puntos. Debería ir a buscar la salida, pasar el momento de desestabilización y ubicarse nuevamente en el partido. Pero en los minutos posteriores al try de Steward el golpe afectó a los Pumas; fue como un zumbido que queda en la cabeza cuando el golpe es fuerte, como las estrellas que quedan dando vueltas en las cabezas de los personajes de dibujos animados.
Primero, infracción de penal en la salida. Luego, falta de penal en la secuencia inmediata, que terminó con Inglaterra lanzando un line a 15 metros del in-goal argentino. Era demasiada ventaja como para que los ingleses la dejaran pasar. Otra vez un falso maul. En este caso fue George quien lanzó el juego, y cruzó con Muir, que quedó cerca. Tras pases largos y algunas fases, la pelota llegó a Tom Roebuck, wing del lado derecho, que marcó. Unos minutos más tarde, otro falso maul, acción que ya parecía un ritual en el juego. Tras él Spencer buscó a Atkinson, el 12 eligió buscar por la espalda de Henry Slade al propio Spencer y así la pelota encontró al autor del try anterior, que quebró la defensa. La conquista del wing ya ponía muy lejos a los visitantes.
Los Pumas hallaron quiebres de nuevo, tanto con Thomas Gallo, que entró en la segunda etapa, como con Piccardo otra vez. Simón Benítez Cruz forzó una ofensiva cerca del punto de contacto, lo cual generó más tiempo y espacio para el ataque argentino. El primer try de los Pumas vino de un scrum en el que el juego fue hacia la punta de Santiago Cordero para después derivar en el extremo derecho, donde ese tiempo y ese espacio dieron lugar a un quiebre que desembocó en un ruck a pocos metros. Ante una defensa inglesa ordenada, Carreras levantó la cabeza y halló a Cordero, que con lo justo habilitó a Pablo Matera para que apoyara en el in-goal. A los pocos minutos, también con los backs ganando tiempo y espacio y después de otro quiebre de Piccardo (su tercero en el partido), Juan Cruz González aceleró para juntar las últimas marcas y habilitar a Pedro Rubiolo. Quizás ese era otro momento de quiebre.
Quizás, si del otro lado no hubiese estado George Ford, que a esa altura parecía ser más dueño del estadio moderno del equipo de La Plata, tanto que parecía fusionarse con el lugar hasta llegar a ser ambos Uno solo. En cada penal que tuvo pateó como para que nos acordemos de su cara todas las veces que veamos un auto de la marca que tiene su apellido. Y cada vez que eligió –decididamente eso hizo– atacar nos recordó por qué nos gusta tanto este juego de equipo.
Él, de quien Borthwick, el preparador del seleccionado, dijo a raíz de los 100 partidos internaciones del 10 que era un jugador que solamente pensaba en el equipo, que no le gustaba ser el centro de la atención. Y George, sin embargo, siempre tendrá que luchar contra eso, por lo menos mientras sea jugador profesional de rugby, porque cuando quiere, puede hacer que su equipo brille, y en el proceso él mismo lo hace también. Así, como lo dijo Borthwick en lo previo, se comportó Ford en el minuto 73, cuando la pelota salió de un scrum y alcanzó el lado izquierdo. En la vuelta, oleadas de jugadores ubicados a lo ancho y lanzados eran opciones para mover a la defensa hacia el otro lado, como en una tarantela. Desde ese movimiento en que los forwards ingleses parecían tener más energía y una capacidad enorme de dar continuidad, la pelota llegó a Cadan Murley, que definió en la izquierda.
La gran distancia entregó otra vez la sensación de esas pesadillas que se repiten y dejan al protagonista respirando intensamente. En este caso, repitiendo un nombre: el de George Ford.
El rugby es un juego mental no siempre dominado por el que tiene la pelota y el terreno; George Ford entiende como nadie de qué se trata Rugby
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