Volvió a empezar en un bosque en Suecia y siembra la cultura argentina: “Cuando el carro anda los melones se acomodan”​

Hace pocos días en Kopparberg hubo mucho viento. En su mente, Alejandro Di Rosa, un argentino nacido en Buenos Aires, tenía la jornada bien organizada: levantarse junto a su mujer, Astrid, tomar unos mates, ducharse, pintar, descansar un rato, y seguir pintando hasta la noche, para luego dedicarse a responder un pedido. Con sus 60 años, él aún trabaja con entusiasmo en su profesión de fileteador porteño, atendiendo encargos y ampliando sus colecciones, y así amaneció aquel día, dispuesto a seguir su plan. Sin embargo, nada fluyó como lo había esperado, algo frecuente en aquel poblado escandinavo.

Para Alejandro, uno de los mayores aprendizajes que le trajo Suecia es que la vida es impredecible y la ilusión del control es tan solo eso, una ilusión. Allí, en el país de las auroras boreales, los bosques y los lagos, existe una sola reina: la naturaleza, ella es quien rige el pulso de los días, obligando a hombres y mujeres a adaptarse a sus humores.

“Sucedió que un amigo pasó por la mañana a tomar un café antes de que comenzáramos nuestra jornada”, relata Alejandro. “Comentamos que, por el viento, era un buen día para andar con una motosierra en el auto. Verán, acá los árboles caen con frecuencia, bloqueando las calles, y hay que tener una motosierra si uno quiere avanzar”.

“Resulta que, cuando fui a despedirlo a la puerta, descubrimos que un árbol había caído, impidiendo la salida. Nuestro día estuvo dedicado a la tarea de abrir el paso. Llegó el atardecer, ni llegué a ducharme y apenas ahí pude comenzar con uno de mis objetivos. Así es vivir en el bosque de Suecia”.

La decisión de irse del sur argentino: “Jamás abandoné la lucha, tan solo cambié el campo de batalla”

Alejandro conoció a Astrid en Esquel. Ambos habían dejado Buenos Aires atrás para vivir en el sur, tras la búsqueda de un mayor contacto con la naturaleza. Luego de algunos meses de convivencia, y deseosos por ampliar sus horizontes, decidieron cruzar el océano para vivir en Alemania, algo posible gracias al pasaporte de Astrid.

Para Alejandro fue un cambio impactante. En el sur tenía casa y un buen trabajo, y allá, en el país germano al otro lado del Atlántico, desconocía el idioma, su cultura y el panorama era un tanto intimidante, ya que jamás había estado fuera del país: “Pero la situación Argentina y nuestro deseo de conocer otras culturas y lugares nos llevó a tomar esta decisión”, rememora hoy.

En Alemania ambos consiguieron empleo, pero a pesar de la bonanza, al año decidieron regresar. Extrañaban el sur argentino que habían aprendido a amar, extrañaban a los amigos y a las costumbres familiares. Y fue allí, en el suelo patrio, que le dieron la bienvenida a Maia, su primera hija.

“Pero en el 94 decidimos volver a Alemania, esta vez no por la situación argentina, sino por mi sobrecarga laboral”, revela. “Allí nos quedamos los siguientes cuatro años y conseguí un buen trabajo en un estudio de arquitectura”, continúa Alejandro, quien es maestro mayor de obras.

Entre el trabajo de Alejandro y otro buen empleo de Astrid, pasaron años de viajes y bienestar. Sin embargo, su plan siempre había sido volver a su querido sur argentino, algo que hicieron finalmente una vez más. Allí, en el fin del mundo, nació Maren, su segunda hija.

“En todos los lugares hicimos grandes relaciones, por lo que volvimos a Argentina con trabajo y amistades”, cuenta. “Pero a pesar de todo en el 2002 nos fuimos una vez más para Alemania, aquella emigración fue la definitiva. Hubo muchos que entendieron, otros dijeron que estábamos locos o que debíamos luchar por el país”.

“Pero jamás abandoné la lucha, tan solo cambié el campo de batalla. Personalmente, me siento un representante de nuestro país y me he sentido así en todos los territorios que hemos recorrido. Llevamos nuestra mochila de argentinos y vamos sembrando nuestra cultura en el camino”

Las bonanzas de vivir en Alemania: “Hay puntos negativos también, como el estrés que se vive en el trabajo y el estudio”

En su nuevo amanecer en tierra germana ya nada era extraño. Conocían aquella cultura que alguna vez les resultó impactante en varios frentes, pero que habían aprendido a valorar. Entre las costumbres que antes miraban con recelo, la falta de espontaneidad en los planes con amigos dejó de ser un punto negativo para transformarse en una vida planificada donde la calidad de tiempo compartido pasó a ser prioridad.

Y ahora que tenía dos hijas, abrazaron las virtudes de la extrema organización y respeto por las reglas, junto a las mayores oportunidades que descubrieron que la nación les ofrecía a todos los niños en edad escolar: “Sin importar si viven en un pueblo o una ciudad, acceden a un sinfín de actividades extracurriculares, entre deportes y artes en todas sus formas”.

“Está lleno de clubes donde pueden, por ejemplo, practicar música con instrumentos o hacer deportes”, explica Alejandro. “Por una módica suma anual se accede a todo y se puede incluso alquilar a muy bajo precio diferentes instrumentos para que vayan probando y elijan qué les gusta”.

“La cantidad de festividades típicas y tradiciones también es maravillosa”, continúa. “Pero hay puntos negativos también, como el estrés que se vive en Alemania desde chico. Hay una exigencia muy grande que después se traduce en competencia y en que el dinero se transforme casi en lo más importante: valés por lo que tenés. Pero no me puedo quejar, porque vivimos años muy felices en Alemania y les pudimos dar una buena educación a nuestras hijas, que les abrió muchas puertas. Ellas, de hecho, cuando fueron mayores decidieron quedarse en Alemania”.

Un nuevo horizonte: vivir en Suecia acompañado por la argentinidad

A pesar de todas las ventajas, el estrés laboral venció a Alejandro, quien a los 53 años recibió un golpe duro por parte de la firma para la cual trabajaba, quedándose así sin empleo. Sin embargo, aquel cachetazo sirvió de puntapié para darle vuelo a una actividad que lo acompañaba desde hacía años: el fileteado porteño.

Con el auge y el apoyo de las redes sociales, tanto Alejandro como Astrid acordaron que era tiempo de hacer un nuevo cambio en su vida y dedicarse a lo que realmente les apasionaba: vivir del arte.

Alejandro había aprendido a filetear de forma autodidacta, para luego recibir el apoyo de grandes guías y maestros. Aun así, el matrimonio sabía que debía hallar un lugar para vivir en donde pudiera sostenerse sin tantos ingresos, fue entonces que Suecia entró en escena.

“En Alemania hay muchos gastos y ser autónomo es muy difícil”, asegura. “A través de Facebook empecé a mostrar y vender mi arte, y también a través de Facebook, Astrid encontró nuestra casa por poco dinero en un pueblo sueco, un hogar típico y sencillo, como muchas cosas en Suecia. Y aquí estamos, viviendo de filete porteño”.

Vivir en el bosque, viajar en motorhome y trabajar del fileteado porteño para diversos países

En Suecia, Alejandro pronto halló lo que tanto había buscado: personas que valoran al otro por lo que son y no por lo que tienen. Aquel territorio siempre le había llamado la atención y desde su adolescencia había fantaseado con vivir en el país escandinavo, un sueño que finalmente cumplió: “Imaginaba ver la aurora boreal y tener un Volvo”, dice con una sonrisa.

Fue así que se instalaron a dos kilómetros del pueblo -Kopparberg-, alejados y pegados al bosque. En poco tiempo, el matrimonio supo construir una vida sencilla, respetando la tradición escandinava, minimalista en todas sus formas y expresiones.

Asimismo, diez años atrás adquirieron un motorhome con el que hasta el día de hoy emprenden una o dos veces al año sus aventuras por Europa, hacia los festivales de tango, acompañados por su arte, que Alejandro también ha ejecutado en diversos restaurantes, vehículos e incluso en un piano: “Todos trabajos que hago para diversos países”.

De regresos y aprendizajes: “Cuando el carro anda los melones se acomodan solos”

Más de veinte años pasaron desde la emigración definitiva de Alejandro. En su camino de vida, ha encontrado la forma de reinventarse y adaptarse para poder vivir en el bosque y ganar su sustento gracias a su pasión, aceptando el pulso de la naturaleza y sus propios avatares. Junto a Astrid, su objetivo de vida siempre consistió en ser felices allí donde les tocara vivir, algo que, tal vez, explica sus idas y venidas. En todas las ocasiones en las que fueron capaces de notar que ya no eran felices, supieron que dependía de ellos hacer algo al respecto: “No esperar que caigan cosas de arriba y generar las oportunidades”.

A la Argentina, mientras tanto, solían regresar cada dos años, para que sus hijas no perdieran sus raíces. Con la llegada de la edad madura, sin embargo, los viajes se espaciaron, aunque jamás cesaron. Alejandro, de hecho, estuvo junto a su familia el año pasado y tuvo la oportunidad de pintar para un restaurante en Esquel e incluso realizar un fileteado en un carro en Trevelin.

“Y este año vuelvo para pintar otro carro, y de paso, visitar a mis padres que ya están grandes y a mis amigos”, revela. “Disfruto de estos encuentros, de los asados, de las juntadas con mates y tortas fritas, pero debo confesar que cada vez me molesta más la impuntualidad. Nos ha pasado que nos invitaron a cenar a las 20, llegar puntuales a esa hora y que la gente empezara a venir a las 22. Si uno vive en el país se acomoda, pero viniendo de afuera cuesta, porque uno aprende a respetar los tiempos de los otros; uno se organiza mejor y respeta así al otro”.

“Pero, por supuesto, amamos a nuestro país y nuestra argentinidad la llevamos siempre al frente”, continúa Alejandro, quien también tuvo el orgullo de pintar un mate para el Papa, otro para Gustavo Santaoalla y tiene el honor de haber inspirado a Beto Solas (locutor de Radio Nacional y cantante folclórico), quien le compuso y dedicó la canción El peregrino del color.

“Mientras tanto, y para todo, Astrid ha sido y es el motor de todo. Una mujer con mucha fuerza, que siempre fue la impulsora de nuestros viajes. Yo suelo decir que soy la carrocería del vehículo y ella el motor”, agrega emocionado.

“Y volviendo al principio y a esa imagen del día ventoso en un pueblo de Suecia, en todo este camino de vida aprendí que nada es para siempre, que la vida te va marcando el trayecto, pero que hay que aprovechar el buen viento, que la felicidad está más cerca de lo sencillo, que es muy poco lo material necesario para ser feliz y que no hay que esperar para cumplir los sueños. A veces nos cuesta arrancar, pero cuando lo hacemos las cosas encuentran su camino. En este sentido, hay una frase que quiero filetear que dice: Cuando el carro anda los melones se acomodan solos”, concluye.

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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

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